Aquella esquina de la plaza de la Constitución
Los café-divanes son una moda del 1900 que pretendía hacer del local un lugar acogedor, creando un ambiente agradable con su decoración y con su mo
Muchos han sido los comercios malagueños que han abierto sus puertas en la plaza de la Constitución a lo largo de su historia. Queremos evocar ... en este capítulo una esquina de nuestra principal plaza (de las catorce que tiene si somos meticulosos en el recuento): la que hace esta con la calle Santa María, cuyo local está hoy ocupado por el Café Central. Podríamos hablar de numerosos comercios, bares, fondas, hoteles y restaurantes que se han establecido en la plaza de la Constitución y que han marcado la vida de generaciones de malagueños, pero solo nos centraremos en los que se sucedieron en el tiempo en este ángulo de la plaza para poder considerar cómo los negocios se han sido relevando uno tras otro en esta estratégica ubicación.
Si por arte de birlibirloque pudiéramos viajar en el tiempo y nos trasladáramos al año 1900 nos sorprenderíamos entrando en el café-diván del Príncipe, que también era cervecería. En él se servía un café superior, según la publicidad del momento. Los café-divanes son una moda de la época que pretendía hacer del local un lugar acogedor, creando un ambiente agradable con su decoración y con su mobiliario. Estos cafés se llenaron de divanes para hacerlos más confortables, de ahí su nombre. En la Málaga de principios del siglo XX existían otros café-divanes: los más famosos eran el Diván Pérez, en la calle Duque de la Victoria, y el Diván del Congreso, en la calle Granada. Como vemos, ya hace 120 años nos podíamos tomar una cerveza donde hoy está el Café Central.
El segundo establecimiento que ocupó esta esquina fue la tienda de Sebastián Marmolejo Navarrete, hermano de Antonio Marmolejo, dueño de un conocido comercio en la misma plaza de la Constitución. Sebastián Marmolejo era natural de Coín y con trece años llegó a Málaga para trabajar en la tienda de su hermano. Con el tiempo quiso independizarse y abrir un comercio propio en la misma plaza, frente al de su hermano. La tienda de Sebastián estaba especializada en paquetería, quincalla, pasamanería, encajes, bisutería, artículos de piel y juguetes. Según se afirmaba en la prensa de la época, la calidad de sus productos y la baratura de los precios hacían que la tienda de Sebastián Marmolejo fuese la preferida de las mujeres malagueñas. Sin embargo, este comercio apenas llegó a cumplir los diez años de vida y no sobrevivió a la Primera Guerra Mundial. Ni siquiera el capital aportado por la mujer de Sebastián, Encarnación de los Riscos, natural de El Burgo, fue suficiente para poder reflotarlo.
El Café Central o cómo se piden los cafés en Málaga
El quinto establecimiento que ha ocupado esta esquina ha sido el Café Central. Fue fundado en 1920 por Manuel Lucena Arrabal, natural de Montilla. Tras absorber al Suizo y al popular Munich, en el pasaje de Chinitas, el Central se ha convertido en todo un símbolo de la plaza de la Constitución gracias a José Prado Crespo, quien en 1954 creó las diez denominaciones bajo las que se sirve el café en Málaga, según la proporción de café y leche de cada taza. Así se explica en un azulejo que se ha hecho famoso.
En la esquina con la calle Santa María estuvo abierta muchos años una selecta tienda de ultramarinos que vendía unos embutidos excelentes y un jamón cocido en vino que hacía las maravillas de quienes tuvieron el lujo de probarlo. Tras utilizarse como local de comida rápida para turistas, hoy esta esquina emblemática vuelve a ser cafetería y los malagueños pueden tomarse una cerveza fresca o un café igual que sus antepasados lo hicieran en el café-diván del Príncipe hace 120 años.
Hace unos meses recibí un correo electrónico de María González Díaz quien, a sus noventa años, me describía cómo era la tienda que su padre tenía en la plaza de la Constitución. Se trataba de una sastrería llamada El Raglán que vino a ocupar precisamente el local que dejó Sebastián Marmolejo. Incluso María recordaba por tradición oral que, anterior al comercio de su padre, había otro que vendía objetos de plata y de acero inoxidable que pensamos se corresponde con la tienda de Sebastián Marmolejo. La nueva sastrería tomaba su nombre de un abrigo, el raglán. Lo puso de moda un almirante inglés, lord Raglan, y hoy define un tipo de manga que empieza desde el cuello. El dueño del local se llamaba Francisco González Sánchez. María me cuenta cómo era El Raglán: «La sastrería era maravillosa. Constaba de tres plantas: en la planta baja estaba la tienda; en la primera, el taller, y en la segunda, la vivienda. El negocio estuvo abierto al menos hasta 1925. Un desafortunado incendio hizo que se perdiera, si bien mi padre pagó absolutamente a todos los proveedores y trabajadores, lo que supuso un momento muy difícil personal y económico en su vida». En una conocida fotografía de los años cincuenta podemos reconocer el primitivo edificio que ocupó esta esquina de la plaza. Tenía dos plantas y azotea, tal y como lo recordaba María.
Ocupó el lugar de El Raglán el Café Suizo, que había estado emplazado originalmente en la calle Compañía y se llamaba así por su fundador, el suizo Antonio Crovetto. En el año 1930 sus propietarios eran Emilio Gómez y Camilo Rodríguez. Es fama que el Café Suizo permanecía abierto toda la noche y que ni siquiera tenía puertas. Estuvo funcionando hasta principios de los años sesenta del pasado siglo, cuando se unió al Café Central.
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