Pedro Navarro: «He sido un niño feliz. Ojén me arropó cuando me quedé huérfano»
El verano de mi vida ·
Emilio Morales
Miércoles, 26 de agosto 2020, 00:25
No hay afirmación más franca y certera que un hombre siendo honesto: «He sido un niño feliz». Así lo piensa el afamado médico malagueño Pedro ... Navarro, que siempre que puede lleva a su pueblo, Ojén, por bandera. «Mis veranos fueron felices, y me siento un privilegiado de nacer en Ojén. Es un pueblo con las puertas abiertas, en el que se estilaba mucho la vida en la calle y mucha alegría. Me quedé huérfano con once años, pero no sentí nunca esa soledad porque el arropo de la gente era muy grande. Ojén es un pueblo que se abría por la mañana y se cerraba por la noche. El verano era particular, que con la llegada de los foráneos de España, Suiza o Francia se ataviaba con un ambiente muy bonito», explica en declaraciones a este periódico como comienzo de una historia que empieza y acaba con un baño.
El menor de tres hermanos, Martín y Pepi, recuerda que de niños, él y sus amigos -los que sigue conservando a día de hoy- se bañaban en el Charco de las Viñas, un lugar al que volvió con un viejo amigo, Antonio Sánchez, hace tan solo unos días. No obstante, antes de contar aquel regreso, volvamos a los veranos del pasado, donde ayudaba a su madre Catalina.
Pasaba las horas soñando con vecinos los hombres que querían ser mientras debatían en la terraza del pueblo. Al aire libre, jugando, y, aunque el mar estaba solo a los nueve kilómetros que separan Ojén de Marbella, sus baños eran de agua dulce y no salada. Los niños del pueblo se refrescaban en las dependencias del río Almadán. El lugar preferido para pasar el día a remojo era la conocida como el anteriormente mencionado Charco de las Viñas, una poza del río en la que se ponían en práctica los juegos acuáticos.
Y cuando llegaba el ocaso, lo primero que recuerda Navarro era un olor singular, pero que llena de nostalgia sus palabras: «Por las tardes-noches tengo el recuerdo del olor de las terrazas regadas por las mujeres con el cubo que vertían en las calles. Ese olor del agua es un olor veraniego. La gente dejaba sillas de madera en la puerta de sus casas y, a la fresca, jóvenes y mayores conversaban sin prisas. La tertulia es algo que sin duda, sabe a verano».
Con respecto a la música, Navarro tiene claro el enclave que lo enamoró del flamenco: «Había un bar, el de Diego 'El portero', un gran aficionado al flamenco, en el que he pasado muchas horas. De ahí me vienen las primeras audiciones flamencas, los primeros discos de Antonio Mairena o Juanito Valderrama. Me quedaba como un niño embelesado y los ponía a gran volumen».
Durante nuestra amable charla, no quiere dejar pasar a un personaje emblemático en el pueblo. Se trata del 'Señor del melón': «En la plaza del pueblo ponía un camión de melones que cubría con un toldo. El hombre echaba allí el verano. Lo he comentado siempre con otros amigos del pueblo».
Aunque no todo eran fiestas y descanso, ya que Navarro tuvo que asumir un papel dentro de casa al fallecer su padre. «Todos los veranos hasta que acabé la carrera me dediqué a la hostelería. Los lugares en los que trabajé fueron el Hotel El Fuerte y Marbella Club, empezando desde botones hasta camarero. En Marbella Club, donde más tiempo estuve, eran muy permisivos conmigo porque no tenía las capacidades necesarias, pero era bien mirado porque no era habitual que un estudiante trabajase. Me ayudaban mucho cuando no daba con la tecla. Al ser huérfano, toda la carrera la estudié con beca, y hablo de las becas de antes, cuando había que aprobar en julio con media de notable. Muchos chavales se quedaban en el camino» lamenta.
Ahora los veranos son distintos -o no tanto-. Es cierto que el pueblo ha cambiado, y ahora la vida se ve obligada a un ritmo frenético que no es el estilo estival de antes. Ahora está mucho tiempo en la ciudad, pero no renuncia ni al pueblo ni sus costumbres. Curiosamente, pocos días antes de esta charla entre amigos, Pedro Navarro vivió una experiencia enriquecedora junto a su amigo Antonio Sánchez,
Con la ayuda de un coche aventurero, recorrieron todas las paradas de Sierra Bermeja (Los Majales, La Mairena o el Atajo) en una excursión que sacó a la luz grandes anécdotas y recuerdos.
Y como colofón, algo que me sacó una sonrisa al escucharlo, terminaron bañándose juntos en el Charco de las Viñas, aunque esta vez ya peinan canas. Dos amigos, de toda la vida, que rememoran aquellos buenos veranos. Ha pasado el tiempo, eso es incuestionable, pero Pedro Navarro es un hombre de tradición, y eso le hace grande. Estoy seguro que no es su último baño en aquel lugar.
El fútbol, una de sus pasiones
«Siempre he sido muy futbolero, y por supuesto recuerdo los interminables partidos de fútbol en pequeños llanos, sin instalaciones. Los partidos eran buenos y largos, con la portería hecha con piedras. Las contiendas acababan cuando se pinchaba o se embarcaba el esférico, o cuando se iba la luz», explica, y afirma que sigue siendo gran seguidor tanto del Málaga como del equipo de su pueblo, el Ojén.
No había grandes medios para practicar el deporte, sin embargo, el médico explica que no hacía falta un gran despliegue para que los partidos reuniesen a jugadores y jugadas de calidad. Un verano que era inexplicable sin partidos eternos.
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