Arena del Oeste
CRUCE DE VÍAS ·
Me gusta relacionar la edad con viajes y carreteras. Hay aniversarios que representan un paréntesis en la vidaAyer 20 de noviembre se celebró el Día Universal del Niño y yo cumplí un año más. Miro hacia atrás y diviso el largo trayecto ... recorrido hasta llegar al presente. Me viene a la memoria la Ruta 66. Recuerdo conducir por la mítica carretera que va desde Chicago a Los Ángeles, la Carretera Madre, la Calle Principal de América, aquella tierra prometida donde crecieron las uvas de la ira. También recuerdo coger la ruta 163 con destino a Monument Valley y sentir que estaba logrando un viejo sueño. Me gusta relacionar la edad con viajes y carreteras. Hay aniversarios que representan un paréntesis en la vida. En realidad ayer no cumplí años porque el tiempo se detuvo hace meses. Un tiempo muerto como el Gran desierto del Lago Salado, la carretera más solitaria de América. Vuelvo a la Ruta 66 y guío la caravana hasta California.
No sé si fue Miguel Ángel Oeste o Juan Bonilla quien me puso el sobrenombre de Garry Cooper. Desde entonces cada vez que coincido con alguno de los dos suenan tambores lejanos que traen ecos de antiguas andanzas y conquistas. Miguel Ángel también cumple años en noviembre y lo ha celebrado con 'Arena', una novela íntima del Oeste. Un western playero, corrige él. Me dijo que le regalara un cuento y eso estoy haciendo. Nunca olvidamos al niño que fuimos. Oeste cabalga por la Ruta 47, sin embargo la acción de su novela no transcurre en el puente de Vincent Thomas ni en la Isla Grande del condado de Sacramento sino en Pedregalejo. La Arena del Oeste me traslada de nuevo al desierto de Utha. Pienso en la sal blanca y cristalina que nos protege de la aridez que envuelve la vida. Arena, la seca metáfora del paso del tiempo que se escurre entre las manos sin dejarnos levantar castillos en el aire.
Doy la vuelta al reloj de arena y regreso al día de hace nueve o diez años en que Miguel Ángel confesó que el tiempo se iba volando y ya era tarde para conseguir lo que buscaba. Como si hubiera una fecha límite para alcanzar los deseos. Entonces Oeste no había cumplido los cuarenta ni yo los sesenta. No me atreví a decir que veinte años no es nada. Él hablaba del tiempo como si hubiera una edad para cada cosa, pero no es así. Nadie tiene el guion escrito. Hay que perder el miedo e improvisar a cada paso. Esto lo aprendí de Garry Cooper, mi otro yo. Después de trotar de un lado a otro he llegado a la conclusión de que estamos solos ante el peligro. No hay más remedio que asumirlo, aunque por el camino encontremos compañía. Al final nos vamos alejando y disolviendo en el horizonte hasta convertirnos en un grano de arena que se confunde con la tierra y desaparece.
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