Alaya aparca la maleta
Obligada a dejar las grandes causas que investigaba, la magistrada se bate en retirada. Ha acabado con la paciencia de buena parte de la judicatura
irma cuesta
Domingo, 25 de octubre 2015, 00:54
Hace solo unos días, después de que sus jefes le dieran la noticia, la jueza más mediática de la historia de este país abandonó la ... sede de la Audiencia de Sevilla con la mirada baja y ese andar armonioso con el que a lo largo de los últimos cinco años se han abierto tantos telediarios. Solo se echaba en falta una cosa: la maleta.
Mercedes Alaya (Sevilla, 1963) se bate en retirada después de que el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía primero, y el Consejo General del Poder Judicial, después, hayan decidido apartarla definitivamente de las grandes macrocausas que investigaba, entre ellas la de los ERE responsables de colocar en el punto de mira a toda la cúpula del Gobierno andaluz.
La magistrada hace las maletas mientras algunos sevillanos se manifiestan tan convencidos de que un entramado de intereses la ha alejado de las investigaciones, como de que nadie volverá a pasar por allí dispuesto a reencarnarse en la diosa de la justicia con tanto entusiasmo.
Pero, por más que la decisión haya revolucionado las redes sociales nada más conocerse la noticia se produjeron 260 comentarios de apoyo en Twitter que generaron 381.437 impresiones, todo apunta a que, detrás de la despedida, hay mucho más que el empeño en allanar el camino a una buena porción de los cientos de imputados de cualquiera de los asuntos que la jueza se traía entre manos.
Para empezar, la calma chicha con la que ha afrontado las investigaciones desde el mismo momento en que, allá por 2010, puso fin al reinado de Manuel Ruiz de Lopera en el Betis y pasó a formar parte de la nómina de jueces fijos en los telediarios exhibiendo su trolley como una suerte de mazo justiciero. Alaya, que desde entonces no ha hecho más que acumular asuntos de calado, ha conseguido lo que parecía imposible: sacar de sus casillas a fiscales, abogados, secretarios, agentes judiciales y, por su puesto, magistrados. ¿Por qué? Es posible que la lista de razones la encabece su empeño en no permitir agilizar las investigaciones dividiendo las causas, cerrando una y otra vez las puertas a quienes, desde dentro de la casa, solo pretendían echarle un cable.
Su peor cara
Aunque, si algo ha acabado con la paciencia de la judicatura ha sido ese último gesto contra su colega María Ángeles Nuñez, la magistrada en cuyas manos queda, a partir de ahora, su enorme legado.
Mercedes Alaya, la misma que durante años rehuyó a los periodistas y guardó con celo casi enfermizo cualquier detalle relacionado con su trabajo, descubrió su lado más arrogante el día que, viendo próximo su final, cargó sin piedad contra quien es ya su sustituta. La magistrada quemó su último cartucho enviando una carta al Consejo General del Poder Judicial convenientemente filtrada a la prensa en la que aseguraba que nadie estaba más preparada que ella para continuar con el trabajo. No solo por su «probada experiencia» y los resultados que «humildemente, pero de manera innegable, avalan mi trayectoria», sino porque y aquí viene lo bueno su colega, además de no estar a la altura de las circunstancias «no es más que una especialista en familia y divorcios», mantiene «una estrecha relación» con Emilio de Llera, fiscal de carrera y actual consejero de Justicia.
A estas alturas, la mayoría descarta que detrás de la decisión de apartar a la juez Alaya del caso de los ERE esté el intento desesperado de la Junta de Andalucía por dejar atrás una de las páginas más vergonzosas de su historia. La teoría es difícil de sostener teniendo en cuenta que casi toda la Sala de Gobierno andaluza pertenece a la conservadora Asociación Profesional de la Magistratura y que, entre sus miembros, hay cargos de prestigio que siempre se han mantenido al margen de los enjuagues típicos de la política regional.
Por otro lado, nadie se explica por qué, si tantas ganas tenía de quedarse, Alaya pidió continuar su carrera profesional en la Audiencia Provincial y abandonar el Juzgado de Instrucción número 6. Hay quien dice que creyó que no se atreverían a moverla hasta que no diera por acabado el trabajo, pero está claro que se equivocó: el día en que aceptaron su ascenso sentaron en su despacho a una mujer que no parece dispuesta a dejar que la cuestionen ni a permitir que otro, sea quien sea, haga el trabajo por ella, por mucho celo que haya puesto.
Después de todo esto, es fácil imaginar a la judicatura andaluza puesta en pie pidiendo su cabeza, como lo es suponer que todos esos años imponiendo horarios y manejando los hilos a su antojo se han encargado de alimentar la ira de sus enemigos. También cuesta menos explicarse por qué aquellos que hasta hace solo unos meses no se hubieran atrevido a abrir la boca, ahora aseguran abiertamente que la investigación de los ERE está cogida por los pelos y que tardará en venirse abajo lo que dura un telediario.
Aunque eso, habrá que verlo.
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