La villa donde las calles se decoran con croché y las macetas tienen piernas

Estas creaciones, que llaman la atención por su tamaño (en torno a tres metros de longitud), están hechas con madera y bornizo. Este último elemento es el que se obtiene de la primera extracción del alcornoque cuando se hace el tradicional descorche. La primera de estas obras luce ya entre dos palmeras situadas en una de las calles principales del pueblo. El resto se irán colocando en los próximos meses en otros sitios emblemáticos de esta villa serrana.

Pero estas esculturas de Dávila no son los únicos alicientes para visitar en cualquier época del año esta localidad. Una vez se ha dado por terminados tanto la cosecha de la castaña y como el Bosque de Cobre, también se puede visitar esta localidad para ver el colorido que irradia buena parte del casco urbano. Un buen ejemplo son los adornos de croché que desde las pasadas fiestas patronales de San Antonio (a finales de junio) le dan un colorido especial a calles, plazas y rincones. Las artífices han sido las mujeres de la asociación local La Alegría Pujerreña, quienes han invertido muchas horas para hacer estas creaciones artesanales.

Hoy pasear por las calles es una auténtica sorpresa cromática, con el añadido de coloridas macetas que contrastan con el blanco de la cal. A ello hay que añadir elementos que llaman la atención por su singularidad, como algunas macetas que tienen pantalones.

Son algunos de los detalles que pretenden atraer hasta este pueblo del Alto Genal a distintas generaciones para mostrar un auténtico pueblo serrano.

Además de dar un sosegado paseo por sus calles, aguardan algunas visitas de interés, como el Museo de la Castaña. Éste no está siempre abierto al público. Por eso, es recomendable contactar previamente con el Ayuntamiento de Pujerra para solicitar el acceso al mismo. Allí se creó hace ya años este museo temático en el que el visitante puede conocer mejor la historia del castañar de Pujerra y, por extensión, de toda la comarca del Valle del Genal.

No muy lejos de allí, en una de sus pequeñas plazoletas aguarda el busto del rey Wamba. Hay una leyenda que justifica la presencia de esta estatua de uno de los últimos reyes visigodos en la Península Ibérica.

Según esta tradición oral, este personaje tenía una vida humilde como labrador en una aldea cercana. Ignoraba su linaje y, por esa razón, no dio crédito al emisario que llegó solicitándole que ocupara el trono. Incrédulo dijo allí mismo que sería rey si la azada con la que estaba trabajando en ese momento floreciera. Este relato legendario afirma que así ocurrió y obligó al joven Wamba a cumplir su promesa.

Por otra parte, el edificio más antiguo es, como casi en todos los pueblos de la zona, la iglesia del Santo Espíritu. En su origen habría que remontarse hasta el siglo XVI, aunque su aspecto resulta mucho más moderno debido a posteriores remodelaciones a lo largo de su historia.

Esa parroquia no es el único templo de la localidad. Hay otro con apenas unas décadas de construcción, la ermita de San Antonio. A pesar de su juventud, esta capilla, que está situada en el enclave de Bentomí (a dos kilómetros del casco urbano), tiene un origen muy curioso. Según cuentan en el pueblo se levantó allí porque ése fue el lugar elegido por unos vecinos del pueblo para esconder la imagen de San Antonio en los convulsos días de la Guerra Civil, cuando éstas y otras tallas corrían peligro de ser destruidas. Por ese motivo, en el pueblo se decidió que ése era el lugar idóneo para erigir un santuario en honor a San Antonio. Allí también hay una lápida que agradece a los vecinos salvadores su gesta.

No hay que irse de este pueblo sin probar algunas de las elaboraciones que se hacen allí. Además de poder comprar aún algunas castañas, es muy recomendable pasar por el obrador de San Antonio, que también hace las veces de bar, para comprar pan. En especial, el mollete, que es una de sus especialidades.