El fin del cuento

No es extraño que en los últimos tiempos -con la cantidad de producciones que se estrenan- algunos títulos no logren eco alguno y deambulen por las plataformas sin pena ni gloria. Más asombroso es que esto haya pasado con la que fue adaptación de la novela de Margaret Atwood. Estamos hablando de una ficción que se basaba en uno de los libros más relevantes de la literatura reciente, cuyo estreno obtuvo críticas sobresalientes y que la mayoría de medios catalogaron como una producción imprescindible de cuantas llevábamos en este siglo.

Además de las virtudes audiovisuales, el impacto de la serie fue más allá. El atuendo de protagonistas -mujeres esclavizadas para aprovechar su fertilidad- se convirtió en un símbolo en todo el mundo y se usó en manifestaciones a favor del aborto y en contra de Trump, entre otros asuntos. El argumento se coló entonces en numerosos discursos políticos. Los Emmy la distinguieron en 2017 como la mejor serie dramática, en una edición en la que también recibieron premio las actrices Elisabeth Moss y Ann Dowd y el guionista Bruce Miller. ¿Qué ha pasado para que un fenómeno de estas características se apague totalmente? Que sus promotores traicionaron a la obra original y desvirtuaron el mensaje que habían conseguido transmitir con los primeros capítulos. Las temporadas se alargaron y las tramas dejaron de tener sentido. Para cuando quisieron dar marcha atrás, la audiencia ya había huido de la República de Gilead.