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Una imagen de episodio 5 de 'La casa del dragón'.
Crítica del episodio 5 de 'La Casa del Dragón': la boda verde
Primera temporada

Crítica del episodio 5 de 'La Casa del Dragón': la boda verde

La serie de HBO atraviesa el ecuador y mueve sus fichas para que queden claros los bandos que han de librar la gran batalla por el trono

Mikel Labastida

Valencia

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Lunes, 19 de septiembre 2022, 12:30

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Cualquier seguidor del universo de 'Juego de Tronos' se pone en alerta cuando le llega un tarjetón para acudir a una boda en Poniente. Porque lejos de esperar festín y jolgorio es consciente de que se avecina drama. Tenemos antecedentes célebres. El episodio 5 de 'La Casa del Dragón' presenta como gran aliciente la celebración del matrimonio de la princesa Rhaenyra, que finalmente ha accedido a los deseos de su padre para aliarse con una gran casa de Poniente. El elegido fue Laenor Velaryon, hijo de Lord Corlys y Rhaenys Targaryen, al que ya vimos en el capítulo 3 combatiendo con su padre en los Peldaños de Piedra.

Anunciada la boda lo primero que cualquier espectador se pregunta es qué suceso la terminará empañando y lo segundo, por qué color será recordada. Habrá que esperar unos minutos para resolver estas dudas.

Porque antes en el capítulo conocemos la isla de Marcaderiva hasta donde se traslada el rey Viserys para cerrar el acuerdo de matrimonio entre la princesa y su primo. Allí es recibido sin ningún tipo de alborozo, todo sea dicho. Debemos entender que la situación entre las dos familias (Targaryen y Velaryon) es tensa desde que el monarca rechazó casarse con Lady Laena y no se involucró lo suficiente en la batalla de los Peldaños, que ponía en peligro el negocio y la flota de los Velaryion. La intención, por tanto, con este pacto, es resarcir aquello y volver a establecer una alianza fuerte entre los dos grandes clanes de Poniente.

Otro rey hubiese encolerizado si llega a su destino y no es agasajado y tratado con honores, pero ya sabemos cómo es Viserys. Su perfil bajo le lleva a minimizar este tipo de desaires. También es verdad que tampoco tiene cuerpo para muchas fiestas. El viaje en barco hasta la fortaleza de los Velaryon es largo y tormentoso y le deja bastante fatigado. La serie, además, se esfuerza (nos ha quedado claro, sí) en mostrarnos a un rey cada vez con peor salud para recordarnos que la batalla por la sucesión del Trono se aproxima. Llevamos cinco capítulos esperándola, así que tampoco es necesario tanta preámbulo.

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Los Velaryon viven en Marea Alta, un castillo estupendo que nada tiene que envidiar a la Fortaleza Roja. Poderío ante todo. Una vez allí se producen dos arreglos en paralelo. Por un lado el de los padres, Viserys y Lord Corlys, para que sus hijos se casen y sus descendientes lleven el apellido paterno excepto el primero (sea hombre o mujer) que, como supuesto heredero del reino, conservará el de la madre. El otro gran acuerdo se establece entre los contrayentes, la propia princesa y su prometido, que siendo prácticos y conscientes de la escasa atracción que existe entre ellos, convienen en casarse de cara a la galería pero seguir cada uno por su parte satisfaciendo sus deseos como quieren. Es Rhaenyra la que se adelanta, volviendo a demostrar que es capaz de manejar todo tipo de situaciones y de sortear obstáculos con tal de retener el poder y de paso colmar sus deseos. La princesa ha aceptado el trámite que le exige su padre, pero no está dispuesta a renunciar a sus fantasías. A Laenor (que en realidad es homosexual y mantiene una relación oculta con Joffrey Lonmouth) el arreglo le parece bien. Lo de relación oculta es un decir. Mantener un secreto en Poniente no es fácil y eso que no tienen internet ni redes sociales. Sus padres conocen los gustos de su hijo, pero prefieren mirar para otro lado y esperar a que se le pase. Como si eso se pasase.

Romántico o carca

Quien peor lleva todo esto es ser Criston Cole, comandante de la Guardia Real y amante de la princesa, que ha resultado ser un romántico. O un carca, según cómo se mire. El caso es que en el viaje de vuelta le propone a Rhaenyra que abandone todo para fugarse y casarse con él. Ella ni se lo piensa y se niega. Podría haberse reído en su cara pero se contiene. Obviamente para la heredera ser Criston es un divertimento, no siente nada serio por él, y por lo tanto ni se plantea renunciar a su estatus y a su Trono por él. Todos estos acontecimientos marcarán la próxima boda, sin embargo. Lo vemos enseguida.

No nos adelantemos. Antes debemos regresar a Desembarco del Rey para conocer la reacción de la reina Alicent después de que su marido, Viserys, haya dejado de confiar en su padre, Otto Hightower, y le haya relevado como Mano del Rey. Lyonel Strong, hasta ahora consejero de Edictos, ocupa desde este capítulo ese cargo. La reina, por supuesto, reacciona mal y se arrepiente de haber proporcionado una información a Rhaenyra que generó esta decisión. En realidad Alicent se niega a reconocer lo que está por venir, el enfrentamiento en el que deberá tomar parte, porque está en juego el Trono de Hierro y la supervivencia de su propio hijo.

Una imagen del cuarto episodio.
Una imagen del cuarto episodio.

Tres charlas le harán cambiar de opinión y posicionarse para lo que ha de venir. La primera con Larys Strong. Al hijo de Lionel Strong (lo vimos con las mujeres en el episodio 3 porque su cojera le impide luchar con los hombres) le encantan los rumores y se encarga de propagarlos. A la reina le cuenta que después de su noche loca a la princesa le proporcionaron un «té fuerte» (el té del día después que le sirvió el maestre Mellos). Alicent empieza a oler el percal. La segunda es con ser Criston, a quien intenta sonsacar si hubo algo entre tío y sobrina. Pero en su lugar el guardián confiesa el affaire que mantienen ellos. Alicent no da crédito (ella tan comedida con el rey enfermito y su amiga de flor en flor disfrutando de su juventud). La tercera y decisiva conversación es con su padre, que le abre los ojos y le advierte de que debe posicionarse y educar a su hijo Aegon para que gobierne, algo que reclamarán los señores del reino en cuanto el rey muera.

En su entrada en el convite real hace patente su cambio de actitud. Llega tarde e interrumpiendo el discurso del rey (se percibe como un desafío) y porta un vestido verde, un color inocente si no conllevase una historia detrás relacionada con la casa Hightower. Los colores de los Targaryen son rojo y negro y el que ella escoge no puede estar más distanciado. Por otro lado, en Antigua, de donde ella proviene, cuando se llama a la guerra se coloca en lo alto de la torre una bandera verde. Aviso para navegantes.

Lo que sucede después calienta todavía más los ánimos. Por un lado Rhaenyra no duda en seguir el juego de seducción con su tío y por otro Joffrey Lonmouth (amante de Laenor) se aproxima hasta ser Criston para que se reconozcan como iguales (los dos son amantes de los contrayentes) y tratar de explicarle la conveniencia de entenderse y llevarse bien. Pero esta confesión al guardia no le viene bien. Ataca su autoestima, su virilidad o vete tú a saber qué, y termina derivando en una pelea entre ellos que acaba con la muerte de Joffrey. Laenor no disimula y llora su pérdida. La boda se precipita y termina celebrándose de un modo más íntimo y con la confirmación de que se avecinan tiempos aciagos. Se viene tragedia.

Sin sorpresas

La boda verde se queda lejos, muy lejos, de la boda roja (de 'Juego de Tronos'), en la que murieron varios miembros de la familia Stark. Y tampoco sorprende como lo hizo la boda púrpura, que acabó con Joffrey Baratheon. A 'La Casa del Dragón' le falta esa capacidad de sorprender. Es efectiva pero mucho más plana que su antecesora en algunas cuestiones. En cualquier caso el fatal desenlace sirve para dar paso a un nuevo estadio en la serie, en el que definitivamente habrá dos bandos, el de Rhaenyra y el de Alicent. El desplome del rey durante el enlace augura que queda poco tiempo para posicionarse a un lado u otro.

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Como un verso suelto actúa Daemon Targaryen, que sigue librando sus batallas a su manera. Mientras Poniente se prepara para una gran boda él sigue haciendo de las suyas. El episodio comienza con él en el Valle, donde vive su mujer. Fue mencionada en el primer capítulo. Nos contaron que se le obligó a casarse con ella, él la describía como muy fea, razón por la que nunca había tenido relaciones. La vemos por primera vez en este capítulo. En realidad no es tan fea, pero para gustos, los colores. Lady Rhea va a lomos de su caballo cuando se encuentra con su marido y se enfrenta a él. Daemon va vestido de muerte (no puede ser más evidente lo que va a pasar). No sé sabe muy bien para qué ha ido hasta allí, pero la discusión termina con ella cayendo con su caballo. Ante la duda de si ella ha muerto él toma una piedra previsiblemente para rematarla. La pérdida mucho desconsuelo no le causa. En la boda real aprovecha para reclamar al primo de su difunta esposa las tierras que a ella le pertenecían, para coquetear con Lady Laena y para seguir calentando y mareando a su sobrina. Menos cortar la corbata del novio hace de todo en la boda. Él sí que sabe aprovechar una fiesta.

El próximo episodio llegará con cambios. Un nuevo salto en el tiempo nos llevará hasta los personajes más envejecidos, lo que acarreará un cambio de actores entre los principales protagonistas. Ya habrá tiempo para comentarlo. De momento nos despedimos con un último brindis por la boda verde y por el ecuador que acaba de atravesar esta serie.

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