Votar... o no
Nadie se atreve ya a decir 'fiesta de la democracia' por inflar las vísceras más de lo que ya están
Anda la población que subsiste de la partitocracia algo temerosa de que la abstención sea brutal el 10-N. En cierto modo, recuerdan a esos ... niños que empiezan a hacer pucheros cuando ven venir la tormenta por las consecuencias de sus pequeñas gamberradas y además saben que ya no hay manera de enmendarlo. Por eso, en las últimas semanas hemos visto cómo a menudo nos incitan a que acudamos a las urnas, eso sí con la boca pequeña, vaya a ser que por buscar más participación acaben elevando el nivel de cabreo y el hartazgo los deje con las urnas semivacías y con un buen puñado de sobres sin papeleta. Ya nadie se atreve a decir lo de 'fiesta de la democracia' por no inflar las vísceras más de lo que ya están. De manera sutil, incluso, están dejando caer ese manido argumento de que para exigir a nuestros gobernantes hay que cumplir primero con la obligación electoral. Falso.
No hace falta haber abundado en la ciencia política de Gianfranco Pasquino para entender, por puro sentido común, que es intrínseco al mismo derecho al voto el derecho a no hacerlo, a depositar una papeleta en blanco o, como hizo alguien próximo a mi entorno, a introducir en el sobre una hermosa rodaja de chorizo por aquello del mensaje en forma de metáfora sobre la catadura moral de los candidatos. Todo vale en democracia, en realidad. Y ninguna de las opciones te faculta o te invalida para evaluar y aprobar o suspender la gestión de los cargos electos. Entre otras cosas, porque si aceptamos el 'relato' (ahora que está de moda la dichosa palabreja) de que diputados, senadores, concejales, alcaldes, presidentes de diputaciones, gobiernos autónomos, mancomunidades y, en fin, toda esa larga lista de apellidos que parasitan la atrofiada estructura administrativa del país, no son más que la expresión institucional de nuestra voluntad, lo que hacemos cada domingo de urnas es distribuir la representatividad.
El juicio a su gestión es otra cosa y eso viene de la mano de nuestra condición de contribuyentes. Al fin y al cabo, pagamos impuestos hasta por pisar el suelo e incluso por heredar las casas ganadas por los nuestros con el sudor de su frente y sus renuncias. Además, nos dejamos cada mes un buen pellizco de nuestras nóminas y aportamos al Estado de manera directa o indirecta hasta cuando nos compramos un cepillo de dientes para recibir unos servicios que ellos administran con nuestro dinero. Una pasta de la que, por cierto, salen los 180 millones de euros que nos va a costar a todos esta nueva campaña del eterno bucle electoral y las indemnizaciones que sus señorías van a cobrar por haber estado tocando el violón medio año. Así que no se corten y digan lo que piensan al margen de que el 10-N vayan a votar o no; o lo hagan en blanco, como servidor. Estamos en nuestro derecho.
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