Vivir en Málaga
El modelo de ciudad como gran urbe está en revisión en todo el mundo debido a la necesidad urgente de responder a los retos de la vivienda, la movilidad, la desigualdad o el aumento de población
La Unión Europea suele hacer cosas que pasan inadvertidas para la mayoría de los ciudadanos. Son iniciativas que, entiendo, tratan de adelantarse a problemas o ... solucionar aquellos sobrevenidos. Una de esas iniciativas la presentó la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, en septiembre de 2020 con motivo del discurso del Estado de la Unión y se trató del impulso de una Nueva Bauhaus Europea –sucesora de la Escuela Bauhaus alemana fundada en 1919– con la pretensión de hacer un llamamiento a todos los ciudadanos europeos para reflexionar sobre cómo deben ser los espacios en los que se desarrolla nuestra vida. No es más que un intento de que, a través de la sostenibilidad y la inclusión, se pueda mejorar la vida en las ciudades.
Esto no deja de ser un puñado de buenas intenciones teóricas, en las que son expertas las instituciones públicas, pero tiene un punto de interés en el hecho de que las urbes actuales se enfrentan desde ya a importantes problemas como el acceso a la vivienda, la movilidad, la desigualdad, la sostenibilidad, el cambio climático o el aumento de la población. Son problemas globales que, sin embargo, deben tener soluciones adaptadas a cada territorio, a cada país, región y ciudad.
Málaga, con sus circunstancias, no es ajena a esta evolución y se encuentra ahora en una encrucijada de resultados impredecibles. Problemas como el acceso a la vivienda, la movilidad, la desigualdad y la precariedad laboral tienen una complicada, por no decir imposible, solución a corto plazo y, por si fuera poco, se van agravando día a día. Se echa en falta una concienciación generalizada y común entre las administraciones con competencias y, además, la puesta en marcha de acciones que, aunque no sean definitivas, puedan paliar y ralentizar el agravamiento de estos problemas. Si las administraciones son incapaces de, simplemente, ponerse a actuar en los grandes puntos negros de la movilidad en la provincia aunque sea con carriles reversibles o conos, es que la cosa está muy fea.
Los problemas asociados al crecimiento de Málaga en los últimos años no pueden ocultar que vivir aquí sigue siendo una gran suerte
Pero a pesar de todo esto y de asuntos como la redefinición del modelo turístico, la paradoja del paro y la falta de mano de obra en sectores como el tecnológico, el agroalimentario o la construcción, la amenaza de la sequía y el diseño de los servicios metropolitanos en la gran Málaga, no es contradictorio decir que esta ciudad y esta provincia es uno de los mejores lugares para vivir y trabajar.
Como me dice un amigo, en Málaga podemos llorar con un ojo y con el otro mirar hacia todo lo bueno de lo que disfrutamos. Sería un error caer en el relato catastrofista que no se corresponde con la realidad pero que trata de instalarse en la opinión pública bajo el dogma del pesimismo recalcitrante.
Basta ver un poquito de mundo, o de país, o de región para darse cuenta de que estamos en un territorio privilegiado si nos comparamos con otras ciudades y eso hay que recordarlo y reconocerlo como un sano ejercicio de autoestima colectiva. Por supuesto que la maquinaria necesita retoques y hasta reparaciones, pero no está, ni por asomo, para el desguace, como algunos quieren hacer creer.
En mi infancia jugábamos en la calle, mi madre me mandaba con cinco y seis años a por mandados y nos conocíamos todos en la torre de Ciudad Jardín. Hoy todo eso resulta impensable, pero sería absurdo caer en esa nostalgia y demonizar todo lo que ocurre hoy porque no es como ayer. Y este ejemplo es trasladable no solo a la vida en los barrios, en el centro histórico, a la forma de relacionarnos, de viajar, de interactuar en el mundo laboral. Todo evoluciona y cambia, la mayoría de las veces para bien y en algunos casos para mal.
Málaga es uno de los mejores sitios para vivir –por eso viene tanta gente– y eso es para felicitarnos. Debemos ser autocríticos y exigentes para mejorar la vida en la ciudad y, sobre todo, para garantizar la dignidad, pero eso no significa caer en el pesimismo patológico que algunos pretenden contagiarnos.
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