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El miércoles saltó a los medios la noticia de que los socialistas habían quitado de su programa electoral, y vuelto a poner, las referencias a la plurinacionalidad y al federalismo. Por supuesto, lo que late bajo la noticia no es una preocupación sobre el mejor modelo territorial para España, o sobre cómo es la identidad nacional de los que vivimos en ella, sino dar pábulo a la nada velada acusación de las derechas de que los socialistas son malos españoles. Claro que no deberíamos sorprendernos de ese tipo de acusación cuando la flamante portavoz parlamentaria del Partido Popular en el Congreso puso este verano en duda la autenticidad del compromiso con España de sus propios compañeros vascos. Y es que nuestra derecha nacionalista española es capaz de exigirle la Jura de Santa Gadea al mismísimo Cid Campeador.

Por cierto, que poco más de un siglo después de que muriera el Cid, la Iglesia decidió acabar con la herejía cátara, y se cuenta que el enviado papal, antes del inicio de la toma de la ciudad de Béziers, fue interrogado sobre cómo distinguir a los buenos católicos de los malvados cátaros, a lo que contestó: «¡Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos!». Y es que cuando actúas en nombre de Dios o de la Nación, te sientes legitimado para no hacer distingos. Por eso cuando la derecha nacionalista española, ofendida con el nacionalismo catalán, decidió boicotear los productos catalanes, fue contra los frutos del trabajo de todos los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña sin distinción. Arruinémoslos a todos, que España bien lo merece, debieron pensar. Al confundir en su ataque a todos los catalanes con los separatistas catalanes, la derecha nacionalista española atacaba a España al tiempo que contribuía a fortalecer el relato de los separatistas. La verdad, no creo que lo hicieran por maldad, sino por simple y llana estupidez. Lo que, sin lugar a dudas, es mucho más desesperante.

Por supuesto no estoy diciendo que las torpezas y maldades de unos justifiquen las torpezas y maldades de los otros, sino que no hay nada mejor que un radical para alimentar una espiral de conflicto, y nada más fácil que, en mitad del conflicto, acusar a quienes trataron de evitarlo de tibieza, cobardía o, simple y llanamente, de traición.

En cuanto a lo de la plurinacionalidad, convendría ser tan constitucionalistas como la Constitución, que en su artículo 2 (no hay que leer mucho para enterarse) «reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones» que forman España. La amable lectora, o lector, habrá observado que habla de nacionalidades en plural. Y es que nuestra Constitución democrática recoge mejor la realidad de España que el nacionalismo autoritario, centralista y unitario que la precedió. En cuanto al federalismo es probablemente la parte que más necesita nuestro Estado Autonómico, que ha desarrollado más la autonomía que la federación, y federar, como es bien sabido, significa unir. La unión, por cierto, está reñida con la uniformidad. La unión es siempre de lo plural. E pluribus unum.

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