En medio de tanto enfrentamiento político, mientras las temperaturas escalan hasta un podio más propio de pleno verano y seguimos enfrascados en nuestras particulares historias, ... echo de menos que se aborden temas de extrema importancia como la precariedad laboral, el inviable mercado de la vivienda, apta solo para un selecto grupo o la salud y la enfermedad. Por poner algunos ejemplos. Es la enfermedad a la que deseo abordar desde nuestro particular alfeizar al que nos asomamos cada lunes en Diario SUR.
De entrada, si la enfermedad es grave, surgen muchas preguntas por parte de quien la padece. Las más inmediatas y comunes son: ¿por qué a mí? ¿por qué ahora? Y para colmo si es tu nieto, tu hijo, tu sobrino; si es un menor. No hay nada más desconcertante, al menos para quien escribe, que la enfermedad de un niño.
La enfermedad coloca un instante nada ritual, en una indiscutible soledad a la que hay que acceder con extremo respeto. Por eso, la profunda convicción de que cada enfermo es único y de que estamos ante una persona irrepetible que tiene un problema, es fundamental para afrontar su salud. Esto es importante tenerlo en cuenta, máxime cuando nos enfrentamos a la enfermedad; como pacientes o profesionales.
Conviene recordar que los valores espirituales, más que cercenar aspectos de la vida, también los vinculados a la salud, la dimensionan en una u otra dirección. De hecho, son importantes para una parte considerable de la población. Hay familiares de enfermos o pacientes a quienes las creencias ayudan a hacer frente a su enfermedad. Es lo que se vendría a llamar afrontamiento espiritual. Por tanto, llegado el caso, cuidemos la fe y respetémosla porque el bienestar religioso y espiritual, según también algunos estudios, ayuda a mejorar la calidad de vida en el enfermo.
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