La queja constante
He llegado a la conclusión de que hay quienes viven apesadumbrados porque sí
Mi amigo vive solo en una de esas ciudades que siempre quedan a trasmano, o vas a visitarlo o no lo ves nunca. Él tampoco ... hace nada por comunicarse con los demás. No se mueve ni da señales de vida. Lo llamo por teléfono y pregunto cómo está, responde con un resoplido de hartazgo. Me intereso por saber si sale de casa y ve a alguien. Dice que no y que, aparte de la llamada que yo le acabo de hacer, únicamente se acuerdan de él algunas viejas compañías. Le contesto que eso está bien y muestro interés por saber sus nombres para desvelar si son antiguas amigas. No le importa mencionarlas y las enumera de mala gana, como si fueran amistades peligrosas: Movistar, Endesa, Gas Natural. No le pregunto por la salud, porque no quiero revolver en su interior y escuchar el gruñido de los órganos. No se interesa por mí, como si el cambio climático nos afectara a todos por igual. Cuando dejo de hacer preguntas se queda en silencio. Nos ha pasado en otras ocasiones, yo me callo y él no dice nada hasta que vuelvo a romper el silencio. Lo imagino sentado con un libro delante, un libro cerrado. No tiene el suficiente entusiasmo para abrirlo y leer.
Le pregunto con tono irónico si aparte de esas tres compañías que ha citado se comunica con alguien más. Oigo su voz cansada, como si acabara de despertarlo de una pesadilla. Responde que no y torna al silencio, como si ya hubiera hablado suficiente. Lo consuelo afirmando que hay un abatimiento generalizado en el mundo entero. Creo que mis últimas palabras lo terminan de hundir en el fango. Me viene la imagen de un submarino varado en el fondo del mar sin ninguna señal de vida en su interior. ¿Cómo se sabe desde fuera que hay vida en el interior de un submarino?, pregunto. Por el sonido que recibo a través del auricular presiento que le cuesta respirar, supongo que la inmersión a la que se ve sometido es demasiado profunda.
Lo llamo muy de vez en cuando y antes de hacerlo me armo de valor, porque de lo contrario me contagia el pesimismo incluso cuando todo parece funcionar bien tanto en su propia vida como a su alrededor. He llegado a la conclusión de que hay quienes viven apesadumbrados porque sí, una triste peculiaridad que parece ir ligada a la manera de ser, una cuestión de carácter. Y cuando de repente un buen día se muestran alegres y positivos, deja preocupados a los amigos porque piensan que algo extraño pasa y nadie sabe lo que es. Al día siguiente todo vuelve a la rutina del descalabro.
Me pregunto qué sería de varias de estas personas si aprendieran a saborear lo afortunadas que han sido en la vida.
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