Púlpitos
Qué malos han sido siempre los púlpitos para ver las cosas con perspectiva. Probablemente por el vértigo de la arrogancia, que impide observar con claridad ... y en su justa dimensión la realidad a la que uno se asoma. O, quizá, porque como en el '¡Torres de Dios, poetas!' de Rubén Darío, algunos acaban por dejarse la humildad en el camino. Escribo esto desde la decepción que me causó ver a ciertas firmas de relieve de esta ciudad cuestionar el aplauso público entre compañeros a quienes pasaron día y noche al pie de la última hora en el agónico rescate del pequeño Julen. El argumento, a priori, podría haber sido válido: en efecto, los periodistas debemos estar siempre detrás del foco. Pero en este caso se trató, simplemente, de unos cuantos mensajes cortos de Twitter, de un reconocimiento coral a esa vigilia, a las veladas con un ojo alerta al puesto de mando avanzado por si el milagro acababa dándose la mano con la esperanza o, en el peor de los casos, la última picada del minero ponía fin a la pesadilla.
Pero las pasiones de esta bendita profesión del periodismo arden también en su propia hoguera de vanidades como la de Wolfe y esa crítica me pareció impropia de quienes aseguran conocer este oficio. Claro, que quizá a lo mejor ese es uno de los problemas: el abultado ego de quienes, en realidad, nunca o apenas bajaron el balón al suelo. Tuve, de hecho, catedráticos en la Facultad de Periodismo que llegaron a la jubilación sin haber pisado una Redacción ni haber tenido entre sus manos un magnetófono; he visto a menudo al Colegio Profesional de Periodistas en Babia, ajeno al ruido ensordecedor de la trinchera donde se libran las batallas de este oficio, entre la resistencia de las fuentes, la presión feroz de la competencia y la amenaza de la precariedad. Y por eso me resultó tan decepcionante ese cuestionamiento. Porque durante esos trece días de enero tuve también el privilegio de ver de cerca las ojeras y el celo de mis compañeros Juan Cano, Álvaro Frías, Ñito Salas y Fernando Torres. He visto a esos 'pata negra' fajarse desde el amanecer hasta la madrugada siguiente, día tras día y sin un respiro, en el relato veraz y sin adjetivos de lo que estaba sucediendo en Totalán. Y, tras el fatal desenlace, también vi llorar como un niño a mi 'hermano' Alejandro Hurtado al colgar su uniforme de bombero de rescate y cerrar un servicio que les ha abierto una herida en el corazón que tardará en cicatrizar.
Por eso, lo mejor que podemos hacer quienes no estuvimos esos días en el Cerro de la Corona es guardar un respetuoso silencio por Julen, por su familia y por quienes se dejaron algo más que la piel en el rescate, leer el relato de los hechos de quienes sí pisaron aquello y aparcar el tertulianismo de gin tonic para otros temas. Y, así, dejar descansar en paz al pequeño.
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