PLEGARIAS ATENDIDAS
EL FOCO ·
Nadie niega que, como los coches, los humanos en excesivo número pueden eclipsar las maravillas patrimonialesRecuerdo perfectamente cuándo supe de la frase de Santa Teresa sobre las plegarias atendidas. Tenía en la mano una novela de Truman Capote con ese ... título, editada por Anagrama en la colección de bolsillo. Y estaba en Ávila, muy cerca del convento de la Encarnación, tan importante en la vida de la santa. «Se derraman más lágrimas por plegarias atendidas que por las no atendidas», era la cita. Desde entonces, he procurado tener cuidado con lo que deseo, no sea que se cumpla.
En esta época rara, la frase me ronda cada vez que veo uno de esos vídeos de las calles vacías del centro de Málaga. Nadie niega que, como los coches, los humanos en excesivo número pueden eclipsar las maravillas patrimoniales. Es cierto que los edificios que diseñaron Strachan y Sancha inspirándose en parte en algunos de Chicago (prueba de lo al día que se estaba en Málaga de lo que pasaba lejos) lucen mejor como conjunto, apreciándose sus esquinas redondeadas y sus balcones, que en cualquier feria o navidad con luces y sonidos estridentes. Pero cuando veo esas calles con eco sólo puedo pensar en cómo vamos a salir de ésta, en las miles de familias sumidas en la incertidumbre laboral. Por eso, los vídeos de flamencos en la playa de la Misericordia, después de la admiración inicial, sólo me hacen añorar la vista de los cruceros abandonando Málaga al atardecer desde casa, como antes. Y, aunque me guste el sonido de los pájaros que me envían desde la Alameda, casi amazónico, preferiría que fuera el del bullicio de turistas que salen del Cercanías desde la costa, de las charlas de los quioscos de flores, de las conversaciones camino de Luces a por un libro. Incluso de los borrachos en las puertas de Stella Maris.
Enero estaba siendo espectacular. Nos lo dijo el director de una cadena de hoteles de las que han rehabilitado edificios que llevaban décadas en ruina porque se nos olvida que el centro histórico, hace apenas 20 años, estaba sucio, por restaurar y no era muy amable. «Hemos batido todos los récords», nos confirmó en el Soho o Ensanche de Heredia, ese barrio en el que, no hace tantos años, Sergio, en su bar de la esquina, con amigos, pensaba que, por ubicación, no se merecía la fama de inseguro, de líos con las prostitutas, de oscuro y feo. Efectivamente, el barrio se gentrificó, como dicen ahora los urbanistas con cierto pisto, y seguro que hubo inquilinos que dejaron de poder pagar alquileres que subían. Málaga es grande y, a la vez, manejable: se puede vivir en Churriana y trabajar en el centro, un paseo para lo que acostumbran los europeos de las grandes metrópolis.
No serán los turismofóbicos los que saquen a esta ciudad de la ruina temporal con grandes ideas
Los AVE de los fines de semana desde Madrid venían llenos y éramos el destino perfecto para ver alguna exposición, comer al sol en los chiringuitos o en los buenos restaurantes: he recibido a gente de fuera que venía con el deseo expreso de ir a Kaleja, el nuevo de Dani Carnero. Sí, también de despedidas de soltero horrendas y, sí, pudiera haber alguna manera de intentar que no fueran montando un escándalo. Nunca me molestó cruzarme con grupos de turistas siguiendo a una bandera por el centro histórico, atravesando la plaza de la Merced, en San Agustín, admirando ese rincón mágico que es el Teatro Romano, la Alcazaba, el Picasso y la Aduana. Me preocupaba si se estaba explicando bien la ciudad, desde los fenicios a la burguesía -empresarios, no se nos olvide- del XIX que pagaba los cuadros que, en parte, cuelgan en el museo de Málaga. Al ver a muchos turistas, les explicaba a mis hijos cuando eran pequeños: Mirad qué suerte, vivimos en un sitio donde los demás quieren venir de vacaciones.
¿Teníamos demasiados huevos en esa cesta? No cabe duda. ¿Estar de acuerdo con que el turismo es una salida digna de una ciudad te obliga a querer un rascacielos en el puerto? Para nada. ¿Las salidas del turismo hacen que haya más abandono escolar y menos chavales dispuestos a hacer ingenierías? Es un hecho, respaldado con datos. Pero hay bondades del turismo más ocultas que la evidencia de lo incómodo que era a veces andar por el centro entre tanta terraza y visitante. ¿Qué consume un hotel? ¿Cuántos huevos, cuánto aceite, cuánto pescado y cuánta fruta? ¿Cuánto mobiliario, cuántos proyectos de instalaciones, cuántos decoradores? Cerca de casa hay uno de esos supermercados mayoristas que tienen a los hosteleros como clientes. Estos días, nos hemos encontrado a los soldados de la UME, alojados cerca, comprando ingredientes de su menú de rancho y los pasillos vacíos de dueños currantes de chiringuitos.
El catedrático Antón Costas decía en una entrevista esta semana que «la industria turística debería tener más autoestima, porque es una formidable creadora de valor que incorpora nuevas tecnologías. Si yo acabara ahora la carrera, trabajaría en el Turismo». Hay tecnología, hay logística, hay innovación y hay apuesta cultural. Y, no se nos puede olvidar, es la tarjeta de visita de una ciudad. ¿Cuántos extranjeros hay ahora mismo trabajando en Málaga, muchos de ellos en remoto, porque tuvieron un flechazo con nosotros a primera vista?
En esta época de incertidumbre, sólo tengo unas cuantas certezas. Una es que no serán los turismofóbicos los que saquen a esta ciudad de la ruina temporal con grandes ideas, sino empresarios arriesgándose, como pasó en el XIX y ocurrió de nuevo en el XX con los pioneros del turismo. Y también creo que, ahora mismo, algunos de los que se quejaban del exceso de visitas, seguramente con amigos y familias golpeadas por esta crisis, se están acordando de Santa Teresa, si conocen la cita. Seguro que, desde ahora, tienen más cuidado con sus deseos. Les deseo, consciente, lo mejor en este experimento real que estamos viviendo de una Málaga sin turistas. Estoy segura de que querrán arrimar el hombro para que, entre todos, salgamos de esta con nuevas líneas de negocios. A no ser que piensen que la salvación va a ser una paguita universal.
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