Paroxetina por un tubo
Ver cualquier telediario (bueno, algunos son peores que otros, porque eso de la información neutral y rigurosa cada vez es más rara avis) te desata ... los nervios. Miras lo que pasa a tu alrededor (España) y te descorazonas por el grado de enfrentamiento, animadversión e incluso mala leche que destilan algunos desde sus sillones del Parlamento patrio. Te acuerdas de la transición (los que la vivimos, sufrimos y disfrutamos) y rememoras los pactos entre todo el arco político, desde la derecha a la izquierda, cómo dialogaban unos con otros en tertulias y reuniones, cómo se miraba el bien común por encima de poltronas y asuntos partidistas y particulares...
¿Qué ha ocurrido para pasar a este estado actual de desasosiego, agresividad y enfrentamiento? Lo peor es que hay quienes están a gusto con la mecha encendida y no hacen nada para apagarla, sin darse cuenta de que eso tiene un peligro evidente, y que nunca hay que jugar con fuego. Y si termina el apartado nacional (y aguantas delante del televisor o al lado de una radio), cuando se llega a la información internacional ya alucinas y te entra un auténtico miedo por el cuerpo, porque suenan tambores de guerra por todos lados (Ucrania, Polonia, Rusia, Sudán, Gaza...), amén de hechos criminales que te corroen la sangre como el de la joven ucraniana que iba de su trabajo a su casa, asesinada por un individuo que había pisado la cárcel en 14 ocasiones (la actitud de los que iban en el autobús es para llorar de vergüenza) o el del activista Charlie Kirk, y todo, si lo mezclas en tu coctelera mental, te sumerge en un estado de necesidad de una dosis masiva de paroxetina (medicamento antidepresivo para tratar la ansiedad, el pánico, la angustia y la fobia social)... Porque eso es lo que a cualquier ser normal le entra por el cuerpo, fobia social, con ganas de meterte en tu cama y taparte hasta las orejas; parece que no hemos aprendido nada de la historia, posiblemente porque los que no la han estudiado las cosas les han llegado demasiado fáciles. Decía Seco Serrano (catedrático melillense de Historia en la Complutense) que la única forma de no repetir errores era conociendo los motivos de por qué se cometieron.
Pero ni aquí, en nuestra querida España, ni en este mundo tan avanzado (sic), nos damos por aludidos. Estamos, como decía mi abuela, jugando con fuego. El problema es que podemos quemarnos cuando menos lo pensemos. Hoy más que nunca recuerdo una frase casi apocalíptica de San Juan Pablo II: «El hombre puede construir un mundo sin Dios, pero ese mundo acabará para volverse contra el hombre». Quien no crea que cambie la palabra Dios por amor, perdón y paz, que son sus sinónimos. Camino de ello vamos.
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