Óscar y Valeria
Puede que a estas horas usted ya no recuerde la imagen. O sí, quién sabe. En cualquier caso, da igual, porque si no es ahora ... en pocos días o semanas andaremos tan enfrascados en lo nuestro que, en fin, ya habremos procesado y archivado la representación gráfica del drama. Viene esto a cuento de esa foto demoledora de Óscar y Valeria, los dos inmigrantes salvadoreños cuyos cuerpos yacentes en la frontera del Río Bravo ha dado la vuelta al mundo estos días. La insoportable estampa de esos dos cadáveres, icono de la peor parte del sueño americano y el odio al inmigrante instalado en la Casa Blanca con Trump y sus muros, los de hormigón y los metafóricos (que son los peores), ha dado pie a unos cuantos golpes de pecho y frases grandilocuentes y conmovedoras en ese espíritu tan nuestro de plañidera que una vez acabado el funeral se va al bar de enfrente a echar unas risas y unas cañas.
Me recuerda esta instantánea de Óscar y Valeria a aquella célebre de Aylan Kurdi, el niño cuyo cuerpecito apareció varado en la arena de una playa turca tras intentar cruzar el umbral hacia un futuro esperanzador y que pareció, por fin, sacudir las conciencias del mundo entero, incluso con una de esas frías cumbres de jefes de Estado negociando cupos para gestionar la llegada de la inmigración.
Pues bien, aquella imagen que nos removió por dentro también pasó. Y después del impacto, los ríos de tinta, las lágrimas de cocodrilo y las oraciones al sol seguimos con nuestra vida, dándole al dedo en el Twitter, haciendo click sin parar en las bodas de la gentuza de la tele y, en síntesis, con esa colección de nimiedades en la que solemos gastar más energía que en las cosas verdaderamente importantes.
Y fue así como Aylan pasó, sí. Y tras darle sepultura nosotros seguimos aquí a lo nuestro, sin ni siquiera ponerles nombre a los que se van de la patera al fondo del Mediterráneo en nuestras propias narices; sin preguntarnos cómo vive ese negrito que nos vende los 'tenis' en el bar del almuerzo de los sábados; sin saber al menos dónde está aquí en nuestra ciudad el centro para refugiados. Preparados, eso sí, para saltar como un resorte si alguien reabre el debate sobre la necesidad de regular a los 'sin papeles', otra de esas etiquetas cómodas para clasificar ahí a quienes, en realidad, no nos interesan más que para algún calentón de tertulia de sobremesa pero luego, oiga, no me moleste más que tengo muchas cosas que hacer. Y así acabamos por darle la espalda, se llame Aylan, Óscar, Valeria o tantos y tantos de los que ni siquiere sabemos sus iniciales.
A lo mejor no todos somos xenófobos. Pero sí indiferentes, lo cual no nos convierte en mejores personas que los primeros.
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