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Desde hace ya muchos meses me he acostumbrado a conducir la moto con el pulgar izquierdo sobre el botón de la bocina. Y no es ... por las trastadas que me hacen los conductores de los coches, que también, sino para ir avisando de que voy a los peatones que se lanzan a la calzada como si tal cosa. Algún día en Málaga tendremos que abrir ese melón, y mucho me temo que será cuando la acumulación de atropellos ya sea insoportable.
Porque lo que está pasando con los viandantes kamikazes clama al cielo. No exagero si les cuento que cada día, en mis recorridos por Málaga para ir a trabajar a un punto u otro, me encuentro mínimo con dos o tres situaciones de peligro por la mala cabeza de majarones que deciden que pueden cruzar por donde les dé la gana y cuando les dé la gana. Y tengo conocidos que son conductores profesionales, de autobuses y de taxis, que los cuentan por decenas, y con situaciones que suponen riesgos gravísimos.
Lo de saltar a la calzada con el semáforo en rojo ya es una cosa normal. Incluso señoras de avanzada edad, empujando sus carritos a velocidad de tortuga, se aventuran en un viaje suicida de un extremo al otro en avenidas de cuatro carriles. Cómo si en el otro lado de la calle les estuviera esperando un asunto de vida o muerte, los ingredientes de un puchero mágico que es el elixir de la eterna juventud. O algo parecido.
Luego están los de los cascos de tamaño XXL sobre los oídos, con o sin el móvil al frente, estos últimos de perfil mucho más joven, pero igual de insensato. Los veo a diario caminar al mismo ritmo que iban por la acera unos segundos antes, pero por una calzada en la que coches y motos tienen la señal del semáforo en verde y se la juegan por intentar esquivarlo.
No sé a qué se debe semejante falta de educación vial y de sentido común, pero da para una tesis. Entiendo que será una derivada más de la crisis general de valores, de formación y de respeto por las normas. Ese tener derecho a todo en el que demasiados viven instalados, incluso a parar el tráfico o a provocar un siniestro, porque les han dicho que ellos lo valen. En definitiva, esa pérdida generalizada del civismo y de las reglas de la convivencia más elementales, en esta involución de la sociedad urbana a la que asistimos día tras día sin remedio.
Cómo desconfío de que de esta, como de otras muchas actitudes incívicas, se consiga salir por la vía de la educación, visto lo visto, reclamo con carácter urgente una ordenanza del peatón; y que cada uno apechugue con su mala cabeza...
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