Dos metros de distancia
El verano era una promesa. Ahora julio y agosto se condensan en el aliento en la FPP2. Sobre el óxido de los días en serie, ... hoy he conocido que Jorge Freire y yo aparecemos en el libro póstumo de Eduard Limónov cuando cuenta que lo llevamos a Las Ventas y en el patio de caballos nos habló de que fue a la guerra por placer. Jorge y yo salimos bastante guapos y el texto es tan bueno que me gusta hasta en la traducción de Google. La posteridad era esto y, el resto, cansancio, volar en círculos y sospechar el engaño. Han confinado el mañana. Las gitanas ya no te leen el futuro; ya solo quedan las predicciones de Christine Lagarde y la línea de la mano de Carmen Calvo, entre Nueva York, Pekín, Teherán, Madrid y ojalá Trebujena, capital del amor. En Trebujena había una receta de garbanzos como conejos, un alcalde de IU que era mi amigo y que hizo un campo de golf y el campo en el que rodaron 'El imperio del sol'. Hay que llevar mascarilla si uno está a menos de dos metros de distancia de alguien. Lo de los dos metros es un poco Ciudadanos, que nadie sabe muy bien dónde empieza y dónde termina. No tienen que llevar la mascarilla los deportistas no vayan a perder la marca de seis minutos el kilómetro en media maratón y tampoco la usarán los niños, aunque va a ser difícil distinguir qué es un niño.
Mi Españita ha pasado este invierno triple imaginando cuánto son dos metros, cuánto es una caída del PIB del 10 por ciento, mil muertos al día y cómo era posible que el Gobierno nos dijera que las mascarillas no servían para nada.
Lo de que esto o lo otro no es bueno porque genera falsa confianza es el peor argumento que se ha esgrimido desde que decían que conduciendo despacio se tenían más accidentes porque el conductor se aburría. Nos contaron también que íbamos a caer en el hastío, pero cómo vamos aburrirnos, si Simón -señor de los currículos- ha confirmado que en su día no recomendaron las mascarillas porque no había muchas en España y que por eso dijeron que no eran necesarias, pues la gente no las tenía. Cuando lo escuchamos, algunos sospechábamos ya entonces que el arbitrio de la conveniencia política iba tomando el espacio del criterio científico y de esta manera se desechaba el uso de la mascarilla a sabiendas de que evitaba el contagio. Así, la gente que las tenía no se las ponía. Aún hay gente que no se la pone porque Simón dijo que no hacían falta y ahora que saben que sí hacían falta tienen que seguir confiando en las instituciones, pero les cuesta imaginarse cómo.
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