El jardinero de la Victoria
Hay personas que con su vida hacen felices a sus convecinos; nunca se mueren del todo
Me acuerdo de él a diario, pues a diario paso por delante de Plantas Toñi, en la calle Cristo, porque está en la ruta del ... paseo de Nori. Si lo pillo abierto, sólo echar un rápido vistazo hacia el interior del amplio local ya reconforta el espíritu: un oasis fresco, lleno de verde, de colores, de formas y hasta el canto de un pajarito, en medio del mundanal ruido del tráfico y el gris de las calles.
Ya estaba muy mayor y con menos ganas de bromas, pero durante mucho tiempo, cada vez que entraba y saludaba a Rodrigo, tras preguntarle cómo estaba, siempre me contaba la misma historia. En versión abreviada, hablaba de uno que se quejaba de su pobre condición, mientras que otro iba detrás, recogiendo las colillas que el primero iba tirando. La moraleja era que no había que lamentarse de lo que se tenía o se dejaba de tener, porque siempre habrá otros que están peor que tú. Es una buena reflexión sobre la vida...
Estos días en la tienda hay mucho ajetreo por aquello de San Valentín, y aunque no sea yo muy partidario de las celebraciones comerciales como esta, sino más de regalar por que sí, sin causa ni efeméride aparente, da alegría ver a muchos jóvenes haciendo cola en el estrecho pasillo del local, porque las flores deben ser de las pocas cosas analógicas que no pasan de moda ni tienen edad; y porque ningún rollo digital ni de realidad virtual puede todavía competir con la belleza que crea la naturaleza.
El añorado Rodrigo nos dejó recientemente, pero junto a sus hijas forjó un negocio que es mucho más que eso, y así lo prueba el hecho de ser uno de los comercios más longevos que permanece, cuando la mayoría apenas sobreviven algunos años. Varias generaciones de victorianos, de vecinos de otros sitios y últimamente también de extranjeros, porque el barrio vive, como el resto de la ciudad, la llegada de nuevos residentes de todas partes, han pasado por la tienda con relativa frecuencia, en busca desde un simple clavel para tener un detalle o una vara de nardos para perfumar la entrada, hasta el ramo de novia que, ya desecado, permanece en casa años después. Muchos hemos decorado nuestros hogares y terrazas, hemos regalado ramos a madres, suegras, novias y esposas, y macetas a amigos y familiares cuando se han mudado. Mi bro Fefe, que está en el Cielo, tenía la preciosa costumbre de llevar una florecilla a cada amiga cuando quedábamos para vernos, y yo lo sigo haciendo en su honor...
Y allí estará siempre Rodrigo, jardinero perpetuo de la Victoria, porque las personas que en su vida han hecho felices a sus vecinos nunca se mueren del todo.
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