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Parece que todo este discurso de la postverdad no es más que un enorme eufemismo, un circunloquio para no ponerle el nombre que todo el mundo detesta pese a que es la cruda verdad: la propaganda. Es cierto que siempre ha existido. La propia Historia, la oficial, ha actuado a menudo como manual de adoctrinamiento de sistemas y regímenes. Pero quizá este fenómeno de las redes sociales ha acentuado la estrategia urgente de colocar antes que nadie el mensaje, de dibujarnos una realidad interesada para anular la conciencia crítica, especialmente entre quienes ejercen la política y ocupan cargos en la cosa pública.
Y así es como hemos llegado a ese punto en el que, con frecuencia, parece que nos toman por idiotas. Basta observar el episodio chusco del ministro Ábalos y sus trece versiones diferentes sobre su 'no-reunión' en Barajas. Lo peor no es que mintiera y que en poco menos de una semana desde que le cogieron con el carrito del helado haya dado una decena de explicaciones diferentes de un mismo suceso. Ni siquiera la arrogancia y la chulería con la que se encaró a un periodista que le puso en un brete al preguntarle por el asunto es lo peor. Lo más asombroso es ver a esos diputados socialistas aplaudiendo en Twitter «lo claro» que habla su secretario de Organización, incluso cuando, preguntado por si Delcy Rodríguez había pisado suelo español, se enredó en ese retruécano de que no lo hizo, pero sí el avión en el que viajaba. En fin.
Sabemos hace tiempo que los gurús de los partidos envían cada mañana un argumentario vía correo electrónico con los mensajes, #hahgstag y demás frases que los suyos deben repetir como papagayos. Son los mismos fenómenos que aconsejan a los dirigentes que se atribuyan los datos del paro cuando son positivos y que, por el contrario, los utilicen como arma arrojadiza contra el adversario si son malos. Da igual si es verdad o no. Al fin y al cabo, la realidad es que ni ellos crean empleo ni siquiera idean soluciones para que no se destruya. Claro, que tampoco Ábalos ha dado una palabra fiable en diez días y ahí están los suyos aplaudiendo una fingida coherencia. Y así nos va, en esta extraña sociedad de escaparate en la que lo importante no es lo que sucede, sino cómo nos venden lo que sucede. Quizá por eso, RTVE quiere implantar un servicio de redacción de artículos 'sin periodistas', con meros reproductores robotizados de propaganda.
Y es que se nos está quedando una década que ríase usted del '1984' de Orwell.
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