AnTES de que nos demos cuenta estaremos haciendo el balance del último verano, donde seguramente no figurarán las jornadas laborales en hostelería de hasta doce ... horas, o sí, cuando son compensadas económicamente. En ese balance, si se recogiesen las galas y actos benéficos que se celebran en Marbella durante julio y agosto, resultaría una cifra asombrosa. Unas son galas con hasta treinta años de antigüedad, pero cada año se incorporan nuevas iniciativas. Antes se hablaba de caridad, con evidentes connotaciones cristianas; hoy día, el verano da para trazar una precisa carta de navegación del ejercicio de la solidaridad. Ha perdido interés mediático la visita de famosos y personalidades, conceptos que, a veces, coinciden; ahora las visitas se producen con naturalidad y muchas veces de incógnito. Se han diversificado las historias de verano y a nadie interesa ya cualquier monstruo del lago Ness que pueda surgir. Los relatos de estío acostumbran a ser más cotidianos; precisamente el «relato» es lo que se lleva en la acción política ( o habría que decir en la «inacción»). Una de esas historias se repite cada comienzo de agosto desde hace cuarenta y cinco años: el festival «Castillo del Cante» de Ojén, organizado por el Ayuntamiento con el apoyo decisivo de la Diputación Provincial de Málaga. Próximo al medio siglo de andadura, el festival de Ojén es referencia del flamenco. También este principio de agosto, el patio del colegio 'Los llanos' acogió las actuaciones sobre un cuidado escenario que reproducía minuciosamente la fachada de una de las casas del pueblo. Como es habitual comenzó con media hora de retraso, teniendo como maestro de ceremonia, al igual que en los últimos 42 años, a Salvador de la Peña. El foco de atracción de este año fue la extraordinaria cantaora trianera Remedios Amaya, quien sigue «manejando su barca»; incluso cuando el público no se lo recuerda, ella se encarga de hacerlo. Remedios Amaya, en Ojén, habló mucho y cantó poco. Lo que cantó lo hizo muy bien, aunque parte del público no se enteró porque la cantaora se empeñó en prescindir del micrófono durante largos pasajes. Confesó que una copa de coñac consumida en el camerino le había llevado a un estado de especial locuacidad. Entre el público se encontraban La Cañeta de Málaga y su marido, José Salazar. Remedios Amaya, en repetidas ocasiones, aludió a su admiración y cariño por La Cañeta y su familia. En un momento dado le invitó a subir al escenario, La Cañeta no lo dudó, y ese fue el comienzo de un mágico acontecimiento que por sí solo hizo que mereciera la pena haber subido hasta Ojén. Demostró La Cañeta que es una artista inmensa, natural con grado de excepcionalidad, de personalidad única y arrolladora. Se hizo con el escenario y logró poner, en unos minutos, al público en pie, con su cante y baile auténticos. De edad indefinida, sin necesidad de que sea confesada, pero con mucha veteranía, La Cañeta demostró su magisterio y que tiene todavía mucho que ofrecer. Una leyenda. Como el propio festival «Castillo del Cante». Este año encontramos también una conexión entre esta veterana cita con el flamenco y la celebración de la feria del libro de Marbella. La salida a la calle de los libros durante julio y agosto, contó este año con un original pregón a cargo de la periodista y poeta Concha Montes, quien hizo un ofrecimiento singular: plantar un árbol coincidiendo con cada feria; el suyo ya forma parte de nuestro patrimonio arbóreo. La conexión con el «Castillo del Cante», la encontramos con uno de los libros que se presentan en estas fechas. Es obra de Miguel Rodríguez 'Miguelón', «ojo público» de todo lo relacionado con la cultura durante los últimos treinta años. Recoge una extraordinaria colección de fotos del «Castillo del Cante» llamada a ser una fuente testimonial gráfica imprescindible para acercarse a la historia del festival de Ojén. Es prácticamente la culminación de una trilogía que cuenta con los antecedentes de dos volúmenes dedicados a 'Marbepop'. Es una buena forma de democratizar un archivo impagable como el de 'Miguelón', realizado gracias al esfuerzo personal, sin que nadie se lo hubiese encargado, simplemente dejándose llevar por la tendencia innata a ser «rabillo de lagartija» , al disfrute íntimo, casi siempre por mero amor al arte.
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