De guerra y paz
Leía hace días un titular en referencia al estreno de la película 'Good boy': «Soporto ver humanos mutilados, pero si matan al perro me voy». ... De hecho, se dispararon las consultas en buscadores sobre si el can fallece al final de la cinta. Algunos se atreverán a ver el film dependiendo de si muere el perrito que, en una imagen promocional, como mínimo, genera gran ternura. Sin embargo, a tiempo y destiempo, vemos niños famélicos, heridos o muertos... y parece que, en términos generales, no nos entrara nada por el cuerpo, simplemente una molestia pasajera, hasta el punto seguir tomando cervezas mientras los informativos vomitan estás imágenes. Es el caso de la guerra que asola Ucrania o Palestina.
Igual que un solo caso de asesinato machista debería poner en pie de guerra a toda una sociedad para combatir este repugnante crimen, la muerte de una sola persona en un enfrentamiento armado debería alertarnos de la necesidad de parar la muerte y la destrucción.
Desgraciadamente no es lo que ocurre y sigue en alza el negocio de las armas mutilando vidas de millones de personas en Gaza, Ucrania, Sudán; Myanmar, Siria o Yemen. La devastación civil, la mortalidad infradeclarada o la violencia sostenida amén de la escalada de asesinatos a civiles ofrece un panorama desolador que solo puede ser frenado desde la profunda convicción de que por ese camino nos destruimos todos, en mayor o menos medida, como humanidad.
El Papa Francisco advertía que estamos ante una tercera guerra mundial a pedacitos y León XIV pide permanentemente por la paz en el mundo, ¿es lo único que nos queda rezar? Sinceramente pienso que no: hay mucho por hacer desde todas las instancias siempre que no se ideologicen las luchas porque están en juego la vida de seres humanos, no opciones políticas.
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