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Dice Simón

Jueves, 14 de mayo 2020, 08:10

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La pandemia era un momento tan ideal para creer en la ciencia como el Jueves Santo lo es para creer en Jesucristo. Así, queriendo creer, ... España convirtió a Fernando Simón en santo súbito. Menos mal que teníamos a Fernando Simón, decíamos. Después, el descreimiento fue tomando todo el espacio. De una parte, comprendimos que Simón era el director de un centro de alertas sanitarias que no había sido capaz de advertir la mayor alerta sanitaria de nuestra historia reciente. En marzo, uno se sentaba delante de la televisión con cierta fe científica e indefectiblemente, un tiempo después se decepcionaba. Las cosas que nos iban diciendo los científicos iban decayendo un tiempo después en diferentes trayectorias, más largas en unos casos, fugaces en otras. Si un día se nos advertía que dejar los zapatos fuera de casa suponía una exageración, al tiempo lo recomendaban. Si los test no tenían sentido en asintomáticos, a las semanas se sabía que los asintomáticos eran los que propagaban la enfermedad. Si de pronto nos decían que el virus no se transmitía por el aire porque «no estaba por ahí volando», seguidamente aprendíamos que vivía minutos suspendido en el aire y que un estornudo lo hacía viajar a ocho metros. Todas las herramientas que se desechaban por generar una falsa sensación de confianza en el ciudadano -los test, las mascarillas- terminaban siendo de urgente necesidad. Se ha ido desechando todo lo que al cabo del tiempo se ha demostrado como necesario. En esos intervalos se iba contagiando más gente.

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