DATOS QUE SON PETRÓLEO PÚBLICO
EL FOCO ·
Con datos sanitarios y educativos abiertos a los investigadores y gestores con voluntad de evaluar políticas públicas, podríamos optimizar recursos y mejorar vidasEn pocas horas, miles de chavales andaluces volverán a sentarse en un aula con compañeros, esta vez para el examen de la Selectividad, la primera ... vez que pisan una clase en meses, después de haber podido ir de bares. Algunos, los menos, estarán nerviosos porque necesitan una nota alta para entrar en los grados que han escogido y los más no tendrán mucho de qué preocuparse más allá de su amor propio, dada la escasa nota que piden en otros muchos grados de campus andaluces. Cuando estén listos los resultados, nadie habrá propuesto hacer un riguroso análisis de los datos que la prueba, la trayectoria académica de esta promoción, puede proporcionar. Mientras, no paramos de leer sobre las enormes posibilidades que brindan los datos que vamos dejando voluntariamente en miles de webs, sobre los riesgos del mal uso de los algoritmos, sobre cómo empresas como la ya casi olvidada Cambridge Analytica pudo influir en las elecciones presidenciales de Donald Trump por el trabajo que hizo con una minuciosa segmentación del mercado de los electores.
Y ¿qué hacen nuestras administraciones? Nos podemos quedar tranquilos pensando que vivimos bajo el paraguas de una administración protectora con nuestros datos hasta el punto de que ya no nos dicen nunca el número de habitación de un familiar en un hospital al preguntar en el mostrador de recepción. Las webs oficiales que publican listados de seleccionados se limitan a poner los números de DNI. Sin embargo, nos siguen llamando de empresas a nuestros móviles personales para animarnos a endeudarnos con nuevas tarjetas y a descubrir el paraíso de un otro proveedor de internet y tele, sin que nos alarme mucho ese doble rasero en el manejo de nuestras ubicaciones. Físicas, sociales y económicas.
Nos olvidamos del buen uso que esas administraciones podrían hacer de los datos que tienen en su poder. Volvamos a esos chicos de Selectividad. En Andalucía, un programa informático, el Séneca, ha ido recogiendo los avatares académicos de esos chavales. Suspensos, aprobados, colegios e institutos. Barrios pobres, barrios ricos. Como hace PISA, se les podría pasar una encuesta sobre las circunstancias familiares y socioeconómicas.Tipo de familia, hábitos de lectura, horas de televisión, si cuentan con sitio propio para estudiar, si les ayudan con los deberes. Se da por hecho que un análisis de datos sirve para señalar las deficiencias pero también puede ayudar a detectar los casos de éxito contra todo pronóstico. ¿Y si hay institutos en zonas donde no sopla el viento a favor de la cultura y del poder adquisitivo y los chavales lo están haciendo bien? ¿No se merecen esos profesores que se conozcan sus historias?
Ayudaría, claro está, que la prueba de la Selectividad fuera la misma en toda España
Ayudaría, claro está, que la prueba de la Selectividad fuera la misma en toda España. Así, además, se podría comprobar qué comunidades lo hacen mejor que otras y a qué factores puede deberse. Muchas veces lo fiamos todo a la política, a los pactos, sin percatarnos de lo importante que puede ser el estilo de un centro, los valores que priman en algunas familias, las expectativas que se tengan sobre el alumnado. «Trabaja duro y sé amable» es el lema de las escuelas concertadas KIPP de EE UU, capaces de recuperar a muchos niños que se consideran casos perdidos académicamente.
Pero, no, no habrá selectividad única. Tampoco tarjeta única sanitaria que haga posible compartir datos a los investigadores sobre patologías y factores de riesgo. Puede haber tarjeta europea de vacunación para las mascotas, pero los españoles nos tenemos que resignar a que sea complicado que el médico de nuestro centro de salud acceda a las pruebas realizadas en otra comunidad para una urgencia. Una simple molestia comparado con lo que se podría hacer para prevenir o evaluar. Todo pasa tan rápido que se nos olvida la vergüenza de que, en plena pandemia, Fernando Simón carecía de una hoja de excel para contabilizar los casos. ¿Qué se podría haber hecho mejor con millones de historias clínicas accesibles? ¿Se podría haber sabido mucho más rápido cómo estaban reaccionando los enfermos más graves a los corticoides o a los anticoagulantes? ¿Podemos saber ya cuáles son los factores de riesgo asociados a los casos más graves, además de ser varón? «Curar en salud» es una expresión con más enjundia de la que parece por ser un latiguillo que soltamos sin mucha consciencia. Con brotes controlados, deberíamos estar ya estudiando bien lo que ocurrió para prevenir y eso pasa por saber, a modo de ejemplo, si los señores mayores anticoagulados reaccionaron mejor a la enfermedad que otros. Las posibilidades de estudio son enormes.
Con datos sanitarios y educativos abiertos a los investigadores y gestores con voluntad de evaluar políticas públicas, podríamos optimizar recursos y mejorar vidas. Académica y sanitariamente. Es cuestión de querer sacar el mejor petróleo de datos que ya tenemos y, con él, saber de las mejores prácticas. En las escuelas de negocio españolas, de las mejores del mundo, aprenden estudiando casos de éxito. Nosotros deberíamos empezar por saber cuáles son dentro de la administración, qué institutos, servicios sanitarios, cuentan con los mejores datos. A veces, contra pronóstico. Qué servicios municipales tienen atascos de expedientes intolerables y cuáles funcionan como la seda.
A los chavales que esta semana se enfrentan a la selectividad andaluza, que no nacional, desearles suerte, matemáticas y big data. También para mejorar lo público. Por ahora, nos quedaremos de nuevo sin saber qué institutos lo han hecho mejor en la prueba académica. Como cuando no había mascarillas en el mercado y optaron por decir que no servían, no nos deben de considerar adultos para manejar la verdad.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión