Me lo encontraba por el puente de la Aurora, o por ahí, por esa calle, Mármoles, que no le pertenecía o a la que no ... parecía pertenecer, por estética. Me lo había presentado Rafael Pérez Estrada y se llamaba Alfredo Taján. Éramos jóvenes, él más aún, y tenía -él- un pasado turbulento -mi pasado andaba por aquellas cuadras y tenía más pantanos que luces de neón-. El dandy de la calle Mármoles y el muchacho medio transparente que era uno. Esa fue la primera de las muchas calles -incluida esta página del periódico- que hemos transitado juntos en las últimas tres décadas y media.
Cuando llegó de la Argentina cosmopolita, la Málaga profunda le espantó. A mí me había espantado el primer día que salí solo a la calle, o incluso un poco antes. De esos mundos primeros y de esos espantos salieron nuestros fantasmas en forma de libros. Los de Alfredo nunca perdieron aquel rumbo primero del otro lado del Atlántico, aquella sofisticación. El afán culturalista, las vanguardias, el rock, el peso de la Historia, los grandes monstruos sagrados de la literatura más elitista lo han sobrevolado siempre.
El dios Bowie, el santo Wilde o el profeta Scott Fitzgerald, con esos materiales y a esa sombra fue creando un mundo literario mientras uno lo hacía con el barro de la calle. Vampiros sacando el jugo vital a todo aquello que nos pasa por la cabeza. El rockero, el dandy, el poeta de la Aurora se convirtió en novelista y narrador. Y ahora ha sacado a la luz de este año de tinieblas su colección de relatos jugando con uno de los títulos de su santoral. 'El retrato de Doris Day'. Quien quiera conocer el universo literario de Alfredo Taján lo tiene aquí servido en bandeja de plata. Personajes trasladados directamente de la realidad a la ficción. Referencias históricas hábilmente cosidas al mundo de lo irreal y desarrolladas con el pulso de una prosa refinada. Las palabras son aquí las huellas que van dejando en la nieve los botines de madame Bovary. Botines con espuelas para atravesar la piel del lector y trastornarlo. Porque esa es la obligación de todo buen escritor. La convulsión, el trastorno de un mundo que antes de él era plano y que después de su paso se ha distorsionado. Gotas de sangre en la nieve. En el libro de Taján hay divos, actores asesinos, escritoras que también son vampiras, gobernantes que también fueron canallas, viajeros y bibliófilos impenitentes. Incluso hay un personaje llamado Alfredo Taján, si es que todo el libro, todos los miembros de esa corte, por mucho que lleven otros nombres, no son -como madame Bovary era Flaubert- Alfredo Taján, el dandy de la Aurora.
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