Será nuestra culpa
Desde que en los parques apuntaron al ERTE a los niños con bocata, en casa servimos comida a los gorriones. En ese altar de alpiste ... se posan a llenar el buche las colleras de tórtolas del color del verano, los verderones y otros pájaros del hambre. Mientras escribo esta columna, bajo el aguacero, un mirlo pisa a su pájara en celo. Magnífico Margarito ha visto un corzo que recorre la ciudad mirando desafiante plazas de toros y gasolineras. Es bella la vida cuando se abre paso, pero el verdadero espectáculo consiste en escuchar cómo algunos celebran que la vida se abre paso al fin. Como si lo que hubiera antes -el coche, el repartidor, la anciana y el chaval del patinete- no fuera vida, pero el corzo, sí. Alrededor del Covid se está desplegando un catálogo de miserias, pero una de las de más adorno es esta de la gente que se alegra de lo que nos pasa. Los del animalismo, que son mis preferidos, entienden que hay justicia en que los jabalíes miren los escaparates frente a los que se paraban las abuelas del Palacio del Hielo. Bien muertos estamos, o bien confinados en el bajo de Argüelles donde el Tito Enrique, Nieto y Juan de Dios pasan las noches abriendo latas de Mahou y llorando a las cartas. Se supone que nuestra desaparición es ejemplar y ejemplarizante.
Contábamos con que la pandemia se invocara desde los púlpitos del padre Mapple en la capilla de los balleneros de 'Moby Dick' -«Y el señor dispuso un gran pez que se tragara a Jonás»- y la Iglesia lo adscribiera a los pecados de los hombres, pero no ha sucedido. A cambio, las creencias de los nuevos paganismos son las que despliegan el látigo de que el Covid-19 es, definitivamente, nuestra culpa.
Padecemos por contradecir las leyes de la Tierra, por habernos desarrollado demasiado, cuando lo que nos salva es, entre otros milagros, el plástico de los EPIS, la industria farmacéutica, las donaciones del dueño del Zara y las malvadas fábricas de coches que producen respiradores a partir de limpiaparabrisas. Dicen que todos nuestros males suceden por viajar demasiado, por comer animales, por haber convertido a España en un país de camareros o por haber externalizado la producción de algodón para mascarillas aunque, como sostiene el doctor Gavín, si los médicos se pudieran hacer mascarillas de algodón, se las habrían hecho con sus propios calzoncillos.
Cada nueva religión va arrimando la pandemia a su sardina y plantea un acto confesional inverso que acusa en lugar de perdona, un proceso en el que cada cual le busca un pecado a esta penitencia. El pecado siempre consiste en ser humano y encuentra acomodo de manera infalible, pues para morir solo se necesita la osadía de haber existido.
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