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Será nuestra culpa

Jueves, 16 de abril 2020, 07:52

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Desde que en los parques apuntaron al ERTE a los niños con bocata, en casa servimos comida a los gorriones. En ese altar de alpiste ... se posan a llenar el buche las colleras de tórtolas del color del verano, los verderones y otros pájaros del hambre. Mientras escribo esta columna, bajo el aguacero, un mirlo pisa a su pájara en celo. Magnífico Margarito ha visto un corzo que recorre la ciudad mirando desafiante plazas de toros y gasolineras. Es bella la vida cuando se abre paso, pero el verdadero espectáculo consiste en escuchar cómo algunos celebran que la vida se abre paso al fin. Como si lo que hubiera antes -el coche, el repartidor, la anciana y el chaval del patinete- no fuera vida, pero el corzo, sí. Alrededor del Covid se está desplegando un catálogo de miserias, pero una de las de más adorno es esta de la gente que se alegra de lo que nos pasa. Los del animalismo, que son mis preferidos, entienden que hay justicia en que los jabalíes miren los escaparates frente a los que se paraban las abuelas del Palacio del Hielo. Bien muertos estamos, o bien confinados en el bajo de Argüelles donde el Tito Enrique, Nieto y Juan de Dios pasan las noches abriendo latas de Mahou y llorando a las cartas. Se supone que nuestra desaparición es ejemplar y ejemplarizante.

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