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Hace unos días, a la salida de clase, unos estudiantes me preguntaban qué pienso sobre el ascenso de ese nuevo partido que no nombraré. Les respondí que me tranquilizaba la protección que nos ofrece nuestra Constitución. No es fácil, les dije, que una mayoría pequeña y coyuntural pueda hacer un destrozo en los pilares fundamentales de nuestra convivencia. Uno de ellos, sin duda simpatizante de cierta izquierda radical, me contestó: ya, pero eso es lo que impide que nosotros podamos hacer grandes avances sociales. Me encogí de hombros y le dije: lo que te libra del infierno te veda el paraíso, las cosas valiosas suelen tener un precio.

Estos días las derechas, y por desgracia no solo las derechas, han activado todas las alarmas por el precio que pagará España, y el riesgo que correrá su unidad, por un gobierno de coalición del PSOE con UP y la abstención de los secesionistas catalanes. Un riesgo y un precio absolutamente innecesarios si las derechas hicieran una abstención técnica como la que hizo el PSOE en la investidura del presidente Rajoy. Por de pronto no será España, sino el PSOE el que pagará el precio necesario por desbloquear nuestra democracia, como lo hizo, por dos veces, en el año 2016. Por eso me parece más prudente reprocharle a la derecha su irresponsable egoísmo al no asumir ningún precio ni riesgo, que reprocharle al PSOE asumirlos una vez más, otra vez más.

Me temo que, para muchos españoles, después de lo que estamos viendo, la derecha tardará tiempo en recuperar esa primogenitura que siempre se ha atribuido, sin que sepamos muy bien con qué títulos, para hablar en nombre de los intereses de España. No se presenta todos los días la oportunidad de hacer un gran sacrificio por la patria, de esos que tienen un importante coste personal, y si el día que se presenta fallas, a partir de ese momento todas tus palabras no valen nada. Algo de esto es lo que se ha llevado por delante al líder de Cs y hasta a su partido entero, y lo mismo le podría llegar a ocurrir al líder del PP y a todo su partido.

Es verdad que la derecha que está sustituyendo al PP y Cs tiene un proyecto que, como en el caso de los secesionistas, tiene el defecto, no pequeño, de ir contra la Constitución, que en la práctica es ir contra esta España. Es decir, que unos y otros saben, como le confesó Puigdemont a Rajoy, que lo que quieren no puede ser. El problema es que demasiadas veces hemos descargado la negativa a una petición inaceptable sobre las espaldas de la Constitución, cuando en realidad debimos echárnosla sobre las nuestras.

Si la Constitución dice que ni los unos puede acabar con las diversas identidades que nos conforman, ni los otros pueden declararnos a los demás extranjeros en nuestra propia tierra, no se trata de dogmas incomprensibles de los que no se puede hablar, sino de unos acuerdos muy razonables que conviene explicar siempre que sea necesario. Por lo demás, querida lectora, o lector, y como le decía a mi joven estudiante, la Constitución nos protege hasta de nosotros mismos.

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