Comisiona, que algo queda
La democracia española padece en estos momentos un trastorno de identidad disociativo. Doble personalidad. Para el PSOE la legitimidad democrática y el poder del pueblo ... residen en el Congreso de los Diputados, mientras que el Senado es una cámara territorial que en el fondo viene a ser como un adorno democrático. Así lo ha expresado algún ministro socialista. Por el contrario, para el PP el Senado es una institución del mismo rango democrático que el parlamento de la carrera de San Jerónimo.
Y aquí estamos los ciudadanos, dispuestos al borrado mental del criterio propio y al apagón de la inteligencia que podamos conservar, para tragar con el cuento del Doctor Jekyll y mister Hyde en versión institucional. Porque unos y otros nos conminan a dirimir quién es el noble y quién el villano del cuento. A quién queremos más, a papá Congreso o a mamá Senado. Y, naturalmente, qué comisión de investigación es la de fiar, la de mamá o la de papá. Quién quiere llegar al fondo de la verdad -de su verdad- y quién pretende enmarañar y esconder sus vergüenzas. Unos y otros juegan al veo-veo con las listas de comparecientes y de momento se reservan los ases en la manga. Los usarán o no dependiendo de cómo vaya la partida. Díaz Ayuso, Begoña Gómez y, claro, los órdagos mayores. Núñez Feijóo y Pedro Sánchez.
En tiempos remotos podría pensarse que una comisión de investigación parlamentaria tenía una voluntad firme de dilucidar un conflicto y su finalidad era esclarecer hechos que se encontraban bajo sospecha. Después de una considerable experiencia, hemos aprendido que esas comisiones son poco más que actos de propaganda partidista en los que los comparecientes se ven interrogados por unos oponentes que durante un par de sesiones actúan como representantes de una inquisición de la Señorita Pepis. Preguntas duras, acoso verbal por parte del interrogador y molinetes y maniobras de elusión y contrapropaganda del interrogado. Eso sí, queda la mancha, el sambenito que simbólicamente se coloca sobre la cabeza del compareciente. La estampa pública de aparecer en ese señorial banquillo supone un atisbo de condena, que en esta ocasión goza de doble oprobio. El de haber utilizado fondos públicos de manera turbia y haberlo hecho cuando el común de los españoles padecía una pandemia que diariamente se llevaba por delante cientos de personas y miles de puestos de trabajo. Si hubo engorde o no de determinados políticos o afines lo determinará la justicia ordinaria. Lo de las comisiones parlamentarias, de un lado o de otro, no será otra cosa que una continuación del viejo lema. Comisiona, que algo queda.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión