Entre el bochorno y el hartazgo
Los políticos asumen con naturalidad que el fin justifica cualquier medio, sea la mentira, el engaño o la desinformación y un sinfín de contradicciones
Esta semana revisé un vídeo de la vicepresidenta María Jesús Montero y líder del PSOE andaluz en el que criticaba a la Junta de Andalucía ... por los conciertos del SAS con hospitales privados y denunciaba que lo que Juanma Moreno quería era favorecer a esas empresas a costa de la sanidad pública. A continuación, ese mismo vídeo mostraba a Montero en su etapa de consejera de la Junta defendiendo precisamente el modelo de conciertos con centros privados, «porque en ningún caso estos acuerdos ponen en duda el carácter público de la sanidad». De hecho, fue el PSOE el que puso en marcha en Andalucía todo el programa de conciertos que, como decía entonces Montero, eran «complementarios y necesarios».
En el fondo, todo da igual, porque el fin de la ministra no era otro que desgastar, erosionar y debilitar la imagen de la gestión de la Junta en la sanidad pública, con el objetivo de que se acreciente entre la población la idea de que todo es un enorme desastre. Y si el medio para ello era entrar en contradicciones, decir lo contrario de lo que piensa o, simplemente, manipular datos y hechos, pues no tenía el más mínimo problema.
Si recurrimos a la hemeroteca, tendremos una extraordinaria colección de contradicciones del propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que se cuentan por decenas o por cientos. Aquella frase en una entrevista con Antonio García Ferreras de que si pactaba con Podemos no podría dormir tranquilo es un buen resumen también de que la palabra y el compromiso tienen escaso valor en el armazón ético del presidente y de muchos políticos.
Esta misma semana hemos recordado también las durísimas críticas de Pablo Iglesias a los colegios privados, cuando decía que los ricos no quieren mezclarse con pobres o con gitanos y que encima quieren que sean esas personas desfavorecidas las que paguen los colegios a los ricos. Y las hemos recordado porque se ha conocido que Iglesias ha decidido –con todo su derecho– matricular a sus hijos en un centro privado.
Pero lo grave no son esas contradicciones o los insultos que retratan a sus autores. Lo más peligroso de toda esta deriva populista es que se intenta manipular y polarizar a la sociedad. Dividirla en un enfrentamiento entre ricos y pobres, entre empresarios y obreros. Todo muy saludable y adaptado a estos tiempos.
Es lo que ocurre con Vox y la inmigración, por ejemplo. Difunden falsedades y medias verdades con el objetivo de convencer a los ciudadanos y crear un estado de opinión favorable a sus intenciones. No importa el impacto y las consecuencias en la convivencia de todas estas estrategias; lo único valioso es aglutinar a posibles votantes aunque sea a través de la desinformación.
Ningún partido se libra de esta avalancha de falsedades que está polarizando más que nunca a la sociedad y en la que se asume con absoluta naturalidad que un político mienta, manipule o engañe. La mayor fuente de desinformación surge de la política y de los políticos, capaces de arrasar con todo cuanto encuentren a su paso sin pestañear, sea la sanidad, la enseñanza o simplemente la convivencia. A casi ninguno le tiembla el pulso cuando ve la más mínima posibilidad de destruir a su adversario, como ocurrió en el caso de los currículos falsos, que llevó incluso a uno de los afectados, el comisionado de la Dana, a un intento de suicidio.
«Lo que ha ocurrido merece una reflexión, un debate público. Esa violencia política, ese linchamiento público da como consecuencia un profundo dolor que puede llevar incluso a dramáticas circunstancias», llegó a decir la ministra de Ciencia y líder del PSPV-PSOE, Diana Morant.
Es verdad que los medios de comunicación tienen también responsabilidades –y muchas– en esta forma de entender la política. Y especialmente la jauría de tertulianos que pulula por las televisiones, radios y redes, capaz de despedazar a quien haga falta y como haga falta. Las redes sociales tienen, además, un efecto devastador e incontrolable cuando se produce un terremoto mediático y actúan como altavoz cada vez más inmediato. Este cóctel ha construido un modelo político y mediático al que deberemos acostumbrarnos, pero ante el que habrá que establecer una serie de líneas rojas, que deberían empezar –me temo que a riesgo de parecer ingenuo– por el autocontrol y la responsabilidad.
No hace falta ser un experto para saber que si se deja campar a sus anchas la desinformación, la manipulación y la mentira, y a quienes las utilizan sin el menor sonrojo, el resultado no puede ser bueno y, lo peor de todo, es incontrolable. Hace años, el desencuentro dialéctico entre dos políticos de distinto signo se convertía en un episodio puntual; hoy ese cruce de acusaciones e insultos forma parte del día a día hasta el bochorno y el hartazgo. La pregunta es hasta cuándo los ciudadanos seguirán soportando este estilo de hacer política, la insolvencia intelectual de muchos políticos y las continuas contradicciones. Y el temor es qué consecuencia tendrá todo esto y a quiénes auparán al poder. Miedo da.
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