El bochinche
Puede ser José Luis Ábalos el único entrevistado de la historia del periodismo que, cada vez que le preguntan, en lugar de perder interés, lo ... gana. Sostuvo en primera instancia que la noche del lunes acudió a Barajas -el típico lunes en Barajas- y que acudía a título particular a la escalerilla del avión a recoger a un colega, sin duda el típico colega que vas a recoger a la escalerilla del avión a título particular; a quién no le ha pasado. En ese momento y lugar dijo que se había encontrado «con este bochinche» de Delcy Rodríguez, pero el bochinche era él. Ábalos acudió al aeropuerto guiado por vaya usted a saber quién o vaya usted a saber qué, pero comunicó solamente el ánimo de evitar una crisis diplomática. La crisis diplomática era él.
La negociación con ERC, la mesa de gobiernos, la reducción de penas por sedición, lo de la justicia europea, la ministra de Fiscal General del Estado, el pin parental, lo de Guaidó y, finalmente, el bochinche de Ábalos agravado por la crisis de comunicación que le sigue, son suficientes episodios para concluir que después de la legislatura-friki se viene la legislatura-bochinche-que-va-a-bochinche-por-semana.
Hay políticos de puerto, de tierra, de taberna y políticos de marejada y de galerna. Sánchez es de océanos, pues nadie es capaz de meterse en tantos charcos en 20 días sin que le guste el agua. La bulla está en su misma manera de gobernarse, y esto tiene una razón: a Sánchez le gusta jugar a las cosas y necesita que las cosas se muevan. Así, de cada escándalo extrae argumentos que pone a circular en la sociedad como cohetes silbadores y va chutando tantos balones que el terreno de juego cada vez es más ancho y las reglas son menos. El juego de la política se jugaba antiguamente en el campo de lo aceptable y bueno políticamente donde se estaba si se mezclaban en proporciones mágicas y secretas las normas de lo oportuno, lo coherente, lo necesario y lo que no necesitaba explicarse demasiado. Ahora, las reglas han cambiado y Sánchez desconcierta a sus contrincantes que siguen torpemente anclados en el lío de lo correcto. Sánchez juega a otro deporte -violento, escandaloso y sin embargo hechizante- donde la única norma es la ley. Ahí, aunque sea perdiendo, Sánchez siempre gana.
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