El bazar económico de las sorpresas
José M. Domínguez Martínez
Catedrático de Hacienda Pública de la Universidad de Málaga
Domingo, 16 de noviembre 2025, 01:00
Instalados en los últimos años en un carrusel de policrisis (pandemia, crisis energética, estrangulamiento de las cadenas de suministro, conflictos bélicos, envejecimiento poblacional, retorno de ... la inflación, expansión desbordada de los niveles de deuda pública, vuelta al proteccionismo, guerras comerciales, experiencias populistas de distinto signo, cambio climático, desigualdades económicas...) que no conceden tregua alguna, no es sorprendente que los pronósticos sobre el curso de la economía mundial estén impregnados de pesimismo.
Bienvenidos sean estos episodios, que ponen de relieve las contradicciones del sistema económico imperante, si con ello se entra definitivamente en una fase de derrocamiento del capitalismo, piensan los muchos detractores que este tiene en todo el mundo. Hace algunos años, a raíz de la caída, en septiembre de 2008, de Lehman Brothers, epítome de la gran crisis financiera internacional que puso término abruptamente al pretendido 'fin de la historia' (política y económica), ese momento estuvo cerca. Sin embargo, no se produjo la hecatombe total. Debido a una serie de actuaciones e intervenciones, el sistema financiero logró preservar sus estructuras, evitando con ello que la humanidad emprendiera un incierto viaje de regreso hacia la era preindustrial. Con ayudas internas y externas, el capitalismo, paradójicamente abrazado, como instrumento de crecimiento y de dominio económico, por representantes de la ideología que surgió para combatirlo, milagrosamente sobrevivió.
Pero, aun reconociendo la importancia del apoyo recibido, es preciso constatar que presenta una resiliencia mayor de la esperada. Estamos, como no hace mucho describía la revista The Economist, ante un «capitalismo a prueba de desastres». Se habla ya de una variedad específica, la del «capitalismo de teflón», que toma su nombre de este polímero muy resistente al calor y la corrosión. Nos recuerda el semanario británico cómo el bazar económico ha sido históricamente una caja de sorpresas. Así, cómo puede explicarse que, ante el inminente peligro de destrucción de Europa, la bolsa de valores londinense registrara una subida el año después de la incursión de las tropas hitlerianas en Francia en 1940.
Aun salvando las distancias, en una fase de movimientos erráticos, y en la que el riesgo global ha aumentado drásticamente, es también llamativo que la economía mundial mantenga su pulso: desde 2011, el crecimiento se ha situado en la cota del 3%, con la excepción del año de la pandemia de la Covid-19. La economía mundial se muestra, asombrosamente, con capacidad creciente de absorción de perturbaciones. Un nuevo rompecabezas está servido: la caótica y desastrosa experiencia geopolítica que estamos viviendo contrasta con una economía relativamente plácida.
Dos factores clave pueden explicar la situación. De un lado, las empresas están actuando mejor que nunca en la gestión de las existencias y los pedidos, lo que se traduce en que los mercados continúan funcionando eficazmente, incluso en un contexto de quiebra institucional. La respuesta de las cadenas de suministro, que ha venido a desafiar expectativas ciertamente agoreras, obedece a una serie de factores: capacidad mejorada de las empresas de logística, elevado peso de los servicios dentro de la estructura económica, y menor dependencia de los carburantes, entre otros.
De otro lado, los gobiernos están proporcionando a sus economías unos niveles de protección que no encuentran precedentes. Los políticos en el mundo rico son calificados como 'activistas fiscales extremos'. La magnitud alcanzada por la deuda pública es, sin embargo, la otra cara de la moneda, que plantea desafíos no menores, a los que hay que sumar los que se derivan de obligaciones contingentes, con desembolsos que se activarían en caso de producirse determinadas situaciones. Como advertía recientemente el FMI, las reglas de la economía global están en constante cambio.
La evitación de la entrada en recesión y la contención del desempleo son manifestaciones palpables en el entorno económico de los últimos años, pero ello no excluye que, al aplazarse la solución de algunos problemas, sin propiciar un cambio de comportamiento, se estén sembrando las semillas de una profunda crisis. Además, como atinadamente se apunta, los choques geopolíticos pueden escalar hasta un punto en el que ni siquiera las cadenas de distribución más robustas puedan dar una respuesta válida.
Según el análisis de The Economist, los inversores apuestan hoy a que los políticos, los reguladores y los bancos centrales continuarán dando su apoyo cuando las cosas no marchen bien. El peligro es que, en la próxima crisis, haya que afrontar la factura para la protección permanente y esta sea demasiado onerosa. No hay tiempo que perder para emprender las reformas aplazadas, de forma que, cuando llegue el lobo, que llegará, la casa sea lo bastante sólida para resistir su embate.
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