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Cada vez que regresé de mis bajas maternales salí de mi casa llorando y llorando, sin consuelo, llegué a mi trabajo. No me esperaba ningún comité de bienvenida, ningún acto, ningún cartel, por supuesto. Solo un puesto, más debilitado que antes de irme, aunque sin duda un buen empleo, y una cierta suspicacia, perceptible, entre los colegas. Para mí quedaba el desgarro, casi animal, de dejar a mi cría. El tiempo de ausencia, que ya pesaba sobre la carrera profesional desde que se supo del embarazo, era después del permiso una especie de cruz invisible que te habían puesto, como una letra escarlata. 'Madre', o sea, poco de fiar. Todo ello, no enunciado y por eso más aplastante, obligaba a esconder, primero, la propia gestación, para desmentir 'avant la lettre' cualquier reproche y después los efectos propios de la maternidad. Imposible faltar ni retrasarse por la enfermedad de un hijo. Había que buscar citas pediátricas, ginecológicas, etc., fuera del horario laboral que, en nuestro caso, era interminable e incluía fines de semana y fiestas de guardar. Una vez se me ocurrió lamentarme y obtuve una respuesta contundente de mi jefe: «Pues mi mujer está en mi casa con mis hijos». Daba igual que te partieras el lomo. No contabas ya, en realidad, como profesional solvente. Por supuesto, cobrando menos por el mismo trabajo y sometida a un constante 'mansplaining' por los compañeros hombres, que además de esforzarse mucho por hacerte sentir el maldito 'síndrome del impostor', no tenían ningún empacho en abandonar el curro para, por ejemplo, atender al técnico del calentador en su casa.

Esta censura social hacia la mujer trabajadora y madre no creo que haya cedido en estos tiempos, más inclementes y más precarios, aunque estén más protegidos en lo legal. Durante años me han pedido consejo compañeras más jóvenes. ¿Cómo lo has hecho?, me preguntan. Como si fuera posible encontrar una receta mágica para evitar que el machismo laboral te alcance, para no ver pasar por delante a 'alegres muchachos' mucho menos capaces dando doctrina.

No ha sido fácil, no. Será un buen avance que los hombres compartan esta situación vía la ampliación del permiso de paternidad, siempre que no sean recibidos como héroes a su vuelta, claro. Pero queda mucho por desmontar más allá de las leyes. Cuantos se han quejado del perjuicio que ha supuesto para su formación la ausencia de Pablo Iglesias, ¿qué creen que hemos sufrido las mujeres en nuestro progreso profesional?

Por eso me exaspera el renovado 'mujerismo' que quiere desmontar el avance morado. Como si no quedara otra que seguir adelante y apretar los dientes. De tanto hacerlo ya necesitamos dentadura nueva. Por eso este 8M nos va a dar igual que quieran restar apoyos a las movilizaciones de las mujeres, o que intenten apropiárselas. Estamos cargadas de razones, cada una en su circunstancia, para salir a las calles y reclamar igualdad, es decir, feminismo.

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