Desde el río hasta el mar. O desde la ignorancia hasta el océano. La vicepresidenta Yolanda Díaz escogió un lema º–que Hamás empezó a ... utilizar en 2.012– para posicionarse a favor de un nuevo estado palestino. Más allá del horror que se está viviendo en aquel lugar del mundo, la vicepresidenta quiso elevar la apuesta de su socio de gobierno. Si Pedro Sánchez anunciaba el reconocimiento del estado palestino, Díaz arguía que eso era insuficiente –cualquiera diría que estamos en campaña electoral– y pedía la extinción del estado de Israel. Porque eso significa el lema esgrimido por los líderes de Hamás y que completo reza es así: «Palestina es nuestra desde el río hasta el mar y desde el sur hasta el norte».
No es este espacio, ni lo es uno, el adecuado para un profundo análisis de política internacional, y menos aún de un conflicto tan complejo como el de Oriente Medio. Pero, visto lo visto, da la sensación de que tampoco Yolanda Díaz está capacitada para tratar el asunto con un mínimo rigor. El suyo, su rigor, es propio de una tertulia de sobremesa entre amigos que pretenden arreglar el mundo iluminados por el segundo chupito de pacharán. El mundo no lo podrá arreglar la vicepresidenta, pero de momento ha conseguido que Israel limite las operaciones del consulado español en Cisjordania en claro perjuicio para los palestinos. Algo es algo.
Ante la reacción del gobierno israelí, Yolanda Díaz se ha visto forzada a declarar que no es antisemita. Pero como, naturalmente, no puede reconocer el error cometido, insiste en el poético lema aunque con una curiosísima variante: «Israel y Palestina desde el río hasta el mar». Es decir, que la vicepresidenta propone dos países superpuestos. Dos países que ocupan el mismo espacio geográfico. ¿Un país a pie de calle y otro en la primera planta? Si desde el río Jordán hasta el Mediterráneo –y desde el sur hasta el norte, no se olvide– van a existir los dos países, ¿de qué modo misterioso pueden hacerlo? No creemos que compartan el suelo alternativamente, de enero a junio para uno y el resto del año para otro. No es cuestión de tomar el asunto a broma donde hay tanta tragedia, pero la deriva de la vicepresidenta incita a ello. Si lo suyo es ignorancia el problema es grave. Si no lo es, el problema es mayor. Y lo peor de todo es que no será ella quien pague las consecuencias. Cada vez los políticos están más acostumbrados a la inconsecuencia y a que las palabras se las lleve el viento o simplemente cobren el significado que a ellos les parece oportuno en cada momento. Y no les importa que los ciudadanos estén hartos. Desde los pies hasta la coronilla.
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