Adiós, tristeza
Dicen que no se debe perder la fe ni la esperanza; que hay que seguir adelante, renacer de las cenizas y empezar de nuevo
Algunas veces me han preguntado qué tres cosas me llevaría a una isla desierta. Ya hace tiempo que nadie me plantea esa rigurosa elección, quizá ... porque no quedan islas desiertas. Yo siempre daba una respuesta distinta porque consideraba absurdo escoger algo concreto cuando los gustos pueden variar de un día para otro. ¿Qué iba a elegir? ¿Un libro para releerlo una y otra vez hasta saberlo de memoria?; ¿un barril de whisky que más temprano que tarde quedaría vacío?; el teléfono móvil era algo que descarté de inmediato porque en las islas desiertas no hay enchufes y a las pocas horas iba a quedarse sin batería. No he tomado en serio esa pregunta hasta que se produjo la erupción del volcán Cumbre Vieja en la isla de La Palma.
Desde hace dos semanas contemplo la lava, el humo y la ceniza. Veo a las familias abandonar sus hogares con lo puesto y pocas cosas más. Y ahora soy yo el que se pregunta qué objetos rescataría si la colada avanzara hacia mi casa y solo dispusiera de quince minutos para coger lo más necesario antes de perderlo todo. No se trata de elegir lo que uno más quiere sino lo imprescindible. Me planteo la pregunta y no soy capaz de responder, sólo el hecho de imaginar la situación hace que me sienta absolutamente confuso y desbordado.
Estoy en casa con la tele encendida y paseo la vista por las estanterías con libros, películas y otros objetos que he ido almacenando a lo largo de los años; los armarios con ropa, junto a otros muebles y recuerdos. Miro en la tele las lenguas incandescentes y digo en silencio: El infierno existe, está en la tierra. La lava devora presente y pasado, no se detiene, no hace distinciones; hasta conquistar el mar.
Apago la tele y salgo impresionado a la calle. Oigo a dos hombres hablar de los recientes incendios e inundaciones y del volcán de La Palma. Esto es el fin del mundo, dice uno de ellos; como si el apocalipsis lo fuéramos pagando a plazos. Observo los edificios con sus ventanas y balcones e imagino un inmenso rascacielos de lava sepultando la ciudad. Me figuro a los habitantes dejando aquellos objetos domésticos que cobran vida a diario sin darnos cuenta. Las cosas que no echamos de menos hasta que nos faltan.
Dicen que no se debe perder la fe ni la esperanza; que hay que seguir adelante, renacer de las cenizas y empezar de nuevo. Vuelvo a pensar en la pregunta de la isla desierta y cada vez estoy más convencido de que no me llevaría nada. La isla y yo, a solas. El alma de la naturaleza: enigmática, sensible, poderosa. Ojalá mañana se apague el volcán para siempre y el recuerdo quede petrificado como un monumento a la tristeza.
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