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Esta semana murió David Lynch y el mundo se encogió un poco más. Ya no habrá más cabezas borradoras, más terciopelos azules ni más cortinajes inmóviles como puertas a lo desconocido. A modo de consuelo habrá que recordar una de sus frases: «Manten la vista ... en la rosquilla, no en el agujero». La rosquilla son sus películas, sus cuadros. Con él no fueron posibles las medias tintas. Idolatrado o vilipendiado. Un genio o un timador por más que sus detractores hubieran de reconocer su talento en películas de un deslumbrante clasicismo. 'El hombre elefante' o 'Una historia verdadera'. Lo otro, el Lynch fuera de los códigos, fue la materia de la polémica. El fuego de la inquisición o el laurel de los dioses. El producto de una mente que no se resignó a ver una sola cara de la realidad.
Así lo hizo desde sus inicios, desde que tuvo un pincel entre las manos y descubrió que las calles de Filadelfia, cuna del sueño americano, podían ser una sucursal del infierno. Y no porque esa hermosa ciudad albergara los consabidos suburbios con proliferación de armas, drogas y violencia. El infierno de Lynch abarcaba todo el área metropolitana. Tenía ramificaciones por todo el país. Por todo el planeta. En cada casa había, hay, una puerta camuflada -en el interior de un armario, detrás de una cortina- que conduce al revés del mundo. Donde habitan los sueños, donde tiembla la realidad y los demás -y nosotros mismos- dejan de ser quienes son, quienes somos.
Un pincel entre las manos porque Lynch, antes que nada, fue pintor. Un pintor que empezó a dar movimiento a sus cuadros. Y de ahí, como si trabajara con una lámpara mágica, nacieron sus primeros cortometrajes. Luego, su perturbadora e inquietante 'Cabeza borradora'. Y todo lo que vendría después. Dentro de Hollywood pero al margen de Hollywood. ¿De qué van sus películas?, le preguntó un periodista intrépido. La respuesta fue sencilla: «Van del absurdo misterio de las fuerzas de la existencia». El misterio encerrado en esos cuadros de casas incendiadas en medio de un páramo, en medio de la nada. El subconsciente, el desdoblamiento de personalidad. 'Mulholland drive', 'Carretera perdida'. Lo onírico y lo sensual. ¿Freud, el surrealismo? Simplemente Lynch. Un explorador de la mente, a veces irónico, a veces enigmático y en ocasiones absolutamente sumergido en el absurdo, pero siempre ahondando en el misterio, creando inquietud e incluso terror sin necesidad de una gota de sangre ni de candelabros góticos. A la luz del día, mostrando la fachada de una casa, una ventana que de pronto se convierte en un espejo al que nunca nos habíamos atrevido a asomarnos.
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