LOS MONSTRUOS SAGRADOS
ALFREDO TAJÁN
Viernes, 17 de abril 2015, 12:54
L os monstruos sagrados' es una de las más conocidas obras de teatro de Jean Cocteau, estrenada en 1948. En ella se describe, con aguda ... precisión, a un matrimonio de actores afamados, sus infidelidades y tragedias íntimas. Utilizo la pieza teatral de Cocteau para recordar que este 2015 nos deparará los centenarios de dos monstruos sagrados de la farándula, tan distintos que al final se parecen, ya lo escribió Muñoz Seca, «Los extremeños se tocan»; me refiero, ahí es nada, a Frank Sinatra y a Orson Welles que fueron tan grandes que en su grandeza hallaron, para qué negarlo, parte de su desgracia. En el caso de Sinatra, su voz fascinante, vigorosa y exacta, ocultó una existencia desasosegante, unas relaciones eróticas tormentosas -cómo olvidar su pasión insana por Ava Gadner-, la sombra de la Camorra y aquella costumbre persistente que le bloqueó de por vida el tabique nasal.
El director de cine y actor Orson Welles fue un genio que parió joyas como 'Ciudadano Kane', 'La dama de Shangai' o el increíble plano secuencia de 'Sed de mal' donde interpretó al jefe de policía más putrefacto de la historia del cine. Welles no tiene parangón, su interpretación en 'El tercer hombre' pone la piel de gallina, incluso sus últimas y breves apariciones no dejan a nadie indiferente. Pero su vida exagerada, su tendencia a la buena mesa y en consecuencia a la obesidad, sus opiniones incorrectas, y sus proyectos imposibles le llevaron a la bancarrota, a que Hollywood le cerrara todas las puertas y a que tuviera que refugiarse especialmente en nuestro país, donde sedujo a Emiliano Piedra para producir soberbias versiones de Shakespeare.
Sinatra y Welles representan, cada uno a su modo, la máxima expresión de libertad del artista. Ambos fueron capaces de poner en pie un interminable caudal de emociones; sin ir más lejos, las baladas de amor de Frankie, se oigan donde se oigan, navegando en un yate por la Costa Azul, aislado en la habitación de un hotelucho de Nueva York, viendo la puesta de sol en una cabaña de Canoga Park o incluso en Teba (y porqué no en las ruinas de Tebas), sus baladas, repito, apuntan al corazón y nos transportan al más allá, al igual que las películas del gran Welles que aún viéndolas una y otra vez, o quizá por eso, nos siguen paralizando.
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