El sector pesquero está en guerra por el Reglamento 2022/1614 de la Comisión Europea aprobado en septiembre, que prohíbe la pesca con artes que ... comporten contacto con el fondo marino, es decir, arrastre, palangre o enmalle, en 87 caladeros del Atlántico situados a profundidades de entre 400 y 800 metros. La medida, de obligado cumplimiento para todos los socios europeos, intenta proteger y restaurar zonas marítimas vulnerables. El precio, según datos de la Confederación Española de Pesca (Cepesca), es la paralización de la actividad de 500 buques y el desempleo de 10.000 pescadores. Las organizaciones pesqueras españolas, respaldadas por las autoridades estatales y autonómicas, han anunciado batallas en los tribunales y en la calle.
Entretanto, la cantidad de gamba, cigala, merluza, besugo, y otras cotizadas especies, hoy de consumo cotidiano, que llegará al mercado, se verá muy mermada, y los precios del pescado se sumarán a la ola inflacionista dándonos un buen revolcón. Una de las objeciones técnicas que la patronal pesquera pone a la medida, es que los estudios se han basado en la huella de pesca de los barcos de arrastre y no de las artes fijas. El caso es que las redes de arrastre, que peinan el fondo llevándose el pescado y otras formas de vida que encuentran a su paso, dejan surcos y áreas peladas que según la ONG Oceana, pueden llegar a tardar meses en recuperarse. Cuando, a finales del siglo XVIII, armadores catalanes y valencianos introdujeron este arte de pesca en las feraces costas de Huelva, los marineros locales se rebelaron denunciando el daño que el sistema causaba a los caladeros.
El arrastre tardó décadas en ser autorizado. Si entonces los daños eran predecibles, ¿dos siglos después son remediables? Parte del sector ha adoptado medidas para minimizar el impacto, pero el cambio de la relación con el mar es inevitable, para pescadores y para consumidores
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