Esta es la historia de un largo y angustioso fin de semana a la espera del partido de Tenerife. Y lo curioso es que empezó ... bien el viernes y acabó mejor el domingo. Pero... Hay quienes dicen que el fútbol es un sentimiento. Es posible. Este pasado fin de semana he tenido ocasión de poner a prueba esa creencia, apostado junto al televisor para visualizar partidos de una baja Segunda Division. Nunca pensé que un día pudiera seguir con tanto interés y hasta emoción un partido del filial de la Real Sociedad o de un casi desconocido Amorebetia en Lezama; la razón habría que hallarla justamente en el Málaga, nuestro Málaga, cuya continuidad parece estar en manos (en las botas más bien) de esos dos equipos, ya que por sí mismo no se siente capaz. Y de esa manera seguí con interés al Sporting, por lo que pudiera pasar. Y pasó que el equipo asturiano cumplió con su obligación, ganó y se aleja del peligro. Y cuento todo esto para hacer ver que, efectivamente, era mi sentimiento malagueño y malagista el que me empujaba a ver lo que realmente poco me importaba. Una situación que, sin duda, habrán vivido miles de aficionados malagueños.
Y fue así cómo después de una larga espera (era el último partido de la jornada dominguera) llegamos al temido Tenerife-Málaga de nuestras penas. Pero en contra de lo esperado mereció la pena: el Málaga no sólo ganó, sino que hizo el que posiblemente ha sido su mejor partido. Tres puntos de oro que vienen a compensar ese sentimiento de amor y paciencia que el fútbol es capaz de aflorar en las personas que lo siguen. Un sentimiento que sería bonito poner de manifiesto en La Rosaleda en el encuentro con el Burgos, último partido de la temporada en casa. Encuentro y momento ideal para que todos a una podamos celebrar la victoria del equipo, de un Malaga que ha estado (y lo está a falta de esa victoria) a tres puntos de un repique.
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