Así pasó 24 horas aislado el primer paciente malagueño sospechoso de tener el coronavirus
El ejecutivo de 52 años se resfrió después de volver de China, donde estuvo con personas que habían estado en Wuhan: «Al principio me lo tomé a broma, pero por la noche, solo en aquella habitación, llegué a pensar que estaba enfermo»
Ya en el aeropuerto de Shanghai, atestado de gente en plena celebración del Año Nuevo Chino, se dio cuenta de que era prácticamente el único ... que no llevaba mascarilla. «Me chocó pero pensé: bueno, así no me pegarán nada». No es precisamente aprensivo, así que no se preocupó, pero el detalle le hizo ser consciente del nivel de alarma existente. Era finales de enero; David (nombre ficticio del ejecutivo de 52 años malagueño que fue el primer paciente aislado en el Hospital Regional de Málaga por sospecha de coronavirus) estaba en un viaje de trabajo en Shanghai y Beijing. Allí se reunió con representantes del gobierno chino y con empleados de su empresa, una multinacional. «Mis compañeros habían ido a Wuhan la semana antes porque tenemos un proyecto allí». Aquel detalle fue el que encendió las alarmas días después, cuando, ya en Málaga, David empezó a sentirse destemplado. «Mi secretaria estaba resfriada y pensé: ya me lo ha pegado», recuerda. «Fue mi jefe el que me dijo que debería ir a hacerme las pruebas». Así que llamó al 112 para preguntar cómo debía proceder. «Primero me dijeron que me mandaban una ambulancia. Les dije que ni de broma, que se iba a asustar todo el mundo en la oficina; que iba yo al hospital».
Así que David se plantó en admisión de urgencias del Hospital Regional. «Hola, he estado en China y tengo síntomas de gripe». Ya no saldría de allí hasta pasadas más de 24 horas, una vez descartado que portaba el coronavirus. Lo gracioso, recuerda, es que después de informar del peculiar motivo de su visita le mandaron a aguardar su turno a la sala de espera, junto a todos los demás pacientes. «Si llego a tener el virus, allí habría campado a sus anchas». Ya en triaje, tras explicarle todo otra vez a la enfermera, ésta se puso «visiblemente tensa», salió del 'box' y volvió con dos médicos, estos ya ataviados con batas desechables, mascarillas y gafas de protección. Y empezó el interrogatorio: dónde había estado, en qué fechas, con quiénes se había reunido en China, si tenían algún síntoma... Los facultativos también salieron a informar a sus superiores y pedir instrucciones. Y volvieron para informarle de que se iba a quedar hospitalizado hasta que tuvieran los resultados del análisis. David entró en fase de negación: «Al día siguiente tenía un viaje super importante a Holanda y se me pasó por la cabeza irme, pero me di cuenta de que no era optativo».
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A esas alturas, los sanitarios que le rodeaban ya iban vestidos como astronautas. David, como buen adicto al trabajo, tenía una obsesión: recuperar su portátil. Una vez se lo trajeron se quedó un poco más tranquilo. No llamó a nadie de su familia; sólo a su mujer, advirtiéndole que ni se le ocurriera aparecer por allí. «¿Para qué, si no iba a poder verme?».
Ya en la planta de infecciosos, en una habitación con antecámara donde los sanitarios se cubrían con prendas desechables antes de entrar, David se empezó a arrepentir de haberse ido al hospital sin comer. «Eran las cuatro de la tarde y no comía nada desde las 4 y media de la madrugada, cuando desayuné antes de salir a entrenar». No probaría bocado hasta pasadas las ocho, cuando le llevaron la cena: una sopa y un yogur. Aunque casi peor que el hambre eran la sed y el frío. «En las habitaciones aisladas la ventilación es más fuerte de lo normal para que se renueve el aire... y yo, encima, resfriado», recuerda ahora con humor, aclarando que no tiene «ninguna queja» de la atención recibida en el Hospital Regional. «Fue culpa mía, que soy muy espartano y no quise pedir una manta», apunta. No pegó ojo. «Allí aislado por la noche sí que empecé a pensar que podía tener el virus», confiesa. Ya por la mañana se decidió a pedir agua por el intercomunicador. Lo que siguió fue un diálogo de tintes absurdos: «Es que en el hospital no damos agua; hay que comprarla», le contestaron. «Ya, pero es que como usted comprenderá, yo no puedo salir de la habitación». Al final, las enfermeras le compraron una botella de su bolsillo.
Pasado el mediodía, entró un médico sin mascarilla a su habitación. La reacción de David fue advertirle: «Oiga, que aquí no se puede entrar así». El facultativo sabía lo que hacía: traía los resultados de las pruebas. Estaba libre de coronavirus; la pesadilla había terminado. «Fue un alivio inmenso», reconoce. Camino a casa sólo pensaba en una cosa: el jamón que tenía reservado para ocasiones especiales. Ésta, desde luego, lo era. Por cierto, la semana pasada estuvo también de viaje de negocios en el norte de Italia: cualquiera diría que está persiguiendo al coronavirus.
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