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Cloti, vecina de Cártama, ayer entre los restos de lo que fue su casa. Ñito Salas

Cloti, vuelta a la vida desde los escombros en Cártama: «Al menos, ya puedo entrar en mi casa»

Voluntarios, bomberos y Protección Civil se vuelcan con esta madre soltera que lo ha perdido todo y ahora sueña reconstruir un hogar

Sábado, 9 de noviembre 2024, 00:37

Vienen con palas y cubos, con cascos y carretillas. Algunos solo traen la voluntad, otros cajas de herramientas enteras. De nuevo, otros con bolsas de comida y garrafas de agua. Uno saca un detector de tensión porque es electricista. La mayoría viene en coches particulares a Cártama. Al fondo, hay un 4x4 rotulado con los colores anaranjados de la Protección Civil. Algunos bomberos están de servicio. No todos, como Sergio, que está de descanso. Vienen para ayudar.

Hasta hace dos días, el mundo era desierto para Cloti. Madre soltera, 44 años, guerrera pero desahuciada por culpa de la DANA. Deambulaba como un zombi. Cuando ahora se le pregunta a Clotilde de Luque, así figura en el DNI, por cómo se siente aún impera el pesimismo. Lo vivido esta semana está incrustado en el cerebro. En sus oídos, en las fosas nasales y en la boca. En los pies, también. Ya no había nada firme entre sus botas y el suelo. Solo barro y lodo resbaladizo. Una neblina maloliente. El hedor, recuerda, era increíble. Pero ahora ve algo de luz. «Al menos, ya puedo entrar en mi casa», dice.

Cada vez que intenta arrancar a hablar le tiemblan los labios. Esta vez es de emoción. El caso de Cloti saltó a las páginas del periódico y con ello se puso en marcha toda la maquinaria. No solo la pesada, como la retroexcavadora que quita por la tarde piedras de enorme tamaño. Las que impedían el acceso a la parcela y le obligan desfilar por el quitamiedos de la autovía. Está la bomba del Consorcio de Bomberos que drena el agua. Está la humanidad de los voluntarios y del alcalde de Cártama.

Visto en perspectiva, lo que funciona es el engranaje de una sociedad que aún se resiste a ese egoísmo tozudo que todo lo pudre.

La imagen muestra a un grupo de voluntarios quitando barro en la casa de Cloti Ñito Salas

«¿Dónde llevo esto?», pregunta Laura Priego. Es estudiante en la UMA y ha venido para acompañar a su hermano. «Ahí, con el resto de cosas», contesta Cloti y señala con el índice a una montaña de escombros. El colchón, casi nuevo, ha tenido una vida muy corta.

La montaña en cuestión es caos y esperanza a la vez. Caos porque refleja la enorme destrucción del agua y la pérdida material. Esperanza porque hace dos días todo esto parecía inabarcable. Con los escombros concentrados en un mismo lugar decrece la sensación de opresión.

«Cuando esté liberada la entrada, me mandan un camión y podemos empezar a tirar las cosas. Eso me han dicho», precisa Cloti. Viste una camiseta amarilla salpicada de barro, botas de agua y el pelo sigue desgreñado. Pero hay algo en su mirada que ha cambiado. No está ausente ni apagada. Focalizada y no perpleja. Cuando camina lo hace con cierta rapidez, como si tuviera una excesiva prisa por volver a lo de antes.

Porque la de Cloti sigue sin ser una historia feliz. Al cabo de un rato, las lágrimas asoman en su rostro. Solloza y se enciende un cigarro. Inhala y exhala. «Me preocupa dar pena, sentir que estoy recibiendo más ayuda que gente que está en una situación parecida a la mía. Somos muchos», reflexiona. El no dormir por las noches consume.

Camiones de bomberos y Protección Oficial, en la parécela de Cloti SUR

Es verdad que los dramas personales tienden a relativizarse en una catástrofe. Cloti, sin embargo, tiene argumentos de sobra para recibir ayuda. Divorciada, invirtió todos sus ahorros en una casa que ya no es casa. «Tras la separación cambió mi realidad. En Málaga, no encontré nada que me pudiera permitir con mi sueldo. Aquí, en Cártama, pude construir este hogar para tener así la custodia compartida», explica. Daniela, la hija de Cloti, tiene ahora diez años.

El trabajo que queda por hacer parece infinito. Desde donde estaba el porche de la casa se revela un panorama surrealista. La casa de Cloti es un esqueleto de hormigón y paneles sándwich. En el salón queda algo de basura acumulada y el jardín es una ciénaga. Las paredes están pintorreadas de barro. Hablar de una situación mejorada si alguien no conoce el antes puede parecer una osadía. Pero el antes era el decorado de una película de terror. Ramaje, electrodomésticos inservibles y barro, infinitamente mucho barro, conformaban un escenario grotesco e incompatible con la vida. «Ahora se le ve algo de color», espeta. Luego hace una mueca, como si no supiera muy bien si creer lo que acaba de decir.

Urgencia

Cloti y Daniela reciben cariño y cobijo en lo de su hermana. Pero le pesa que su hija empieza a notar las ausencias. «A mí me da igual vestir de cualquier manera. Con ella no. Me pregunta por dónde están sus cosas y eso es muy duro», afirma. Sin querer, ambas son ya piezas de un trauma colectivo.

El rótulo que luce en una pared de la casa de Cloti bien podría representar la actual aspiración Ñito Salas

«Lo tengo que conseguir. No me queda otra, por mi hija», repite. A Cloti le ha tocado comenzar desde cero pero no quiere ser una víctima. Prefiere mirar al futuro, aunque todavía le cueste. Ya son las seis de la tarde. Oscurece pero los voluntarios y los bomberos siguen quitando barro. Desde arriba, la escena recuerda a una rueda de hámster en la que los movimientos siempre se repiten. Quitar barro y quitar más barro. Luego, volver a quitar.

Hay una pared al fondo de la casa con un rótulo. El martes todavía no se podía leer. Es una palabra en inglés: «Home». Parece una cursilada pero en las actuales circunstancias quién sabe.

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