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Así que pasen 40 años

Así que pasen 40 años

salvador moreno peralta

Domingo, 30 de diciembre 2018, 23:44

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En lo político, en lo social y en lo económico la democracia y Europa le han sentado muy bien a las ciudades y a Málaga en particular. Recordar lo que la generación presente ha hecho en estos últimos cuarenta años puede ser un buen ejercicio de autoestima para una sociedad que ha otorgado tanta legitimidad al victimismo como prestigio intelectual a la melancolía. Hace cuarenta años nuestra ciudad era un barrizal anímico y urbano, un conglomerado de barrios periféricos dentro de esa periferia que ya de por sí ocupábamos en el mapa del país. Dicho sencillamente: pintábamos poco, todo lo poco que pintan esas ciudades que, aportando servilmente su clima, parecen estar en la geografía sólo para el reposo del guerrero.

En estos años –y es preciso decirlo sin complejos partidistas– Málaga ha tenido tres buenos alcaldes que han entendido bien el vehículo que pilotaban. Con ellos los barros se han transformado en calles, los terrenos vagos son hoy plazas con columpios y bancos de jubilados; la música, el teatro, la literatura y las bellas artes ya no son rarezas sospechosas, y los malagueños tienen ante sí una panoplia de opciones vitales que certifican el triunfo de la ciudad cuando ésta es capaz de satisfacer la mayor diversidad de demandas sociales, en el mismo lugar y en las mejores condiciones posibles: residencia, ocio, trabajo, empresa, investigación, enseñanza, formación permanente… y todo ello en una escala en la que todavía la ciudad es comprensible y gobernable. Enfrentada con su realidad, Málaga intuye hoy que, en el concierto competitivo de la globalización, donde las urbes pugnan entre sí como si fueran empresas, puede jugar un papel ventajoso como líder del entramado de ciudades medias, que son las que verdaderamente vertebran un territorio y sobre la que descansa la solidez de una economía.

Naturalmente que la ciudad tiene problemas, unos estructurales y otros ligados a una crisis de crecimiento. Los estructurales se derivan de ese claudicante provincianismo incapaz de descubrir aquí la excelencia de valores a la espera que éstos vengan certificados de la capital. Cuántas iniciativas ha abortado bochornosamente el papanatismo local, qué deseconomías ha provocado la fuga de talentos que no encontraban aquí acomodo ni reconocimiento. Por su parte, el crecimiento acelerado puede confundir los medios y los objetivos, juzgar el éxito por la apariencia y no ver la exclusión social y la pérdida de urbanidad que se oculta tras el oropel de la vitalidad urbana.

Pero siempre es mejor abordar las dificultades de la navegación con el viento en popa que desesperarse con la calma chicha. Los problemas de Málaga están ahí precisamente para emprender el proyecto colectivo de resolverlos. Frente a ellos tan pernicioso es el derrotismo como la complacencia. En todo caso pararse a mirar cómo estábamos antes y cómo estamos ahora es una práctica que, si no se abusa de ella, puede ser un buen manual para prevenir el desencanto.

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