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Concha Soler, en su casa. Francis Silva
Concha Soler, la 'niña' que logró entrar en el quirófano de ellos

Concha Soler, la 'niña' que logró entrar en el quirófano de ellos

Vidas con huella ·

El infalible doctor Gannon de los 70 en TV lo tuvo fácil ante aquella vocación patológica. Concha Soler, la primera cirujana de Málaga le pedía de niña a su padre, practicante, que la llevara «a curar pupas». Cuarenta años y casi 4.000 pacientes después sigue activa como cirujana de mama. En agosto, en África

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Domingo, 8 de julio 2018, 00:34

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No la busquen en agosto. Volará de la ciudad en feria para disfrutar de otra forma. A ella y a su grupo los esperan en Ghana para operar a destajo todo tipo de cosas operables, como cuando empezó en el Civil, año 77, como cirujana general, el sueño cumplido de esta 'víctima' vocacional del Dr Ganon. El mito televisivo con bata inundó la universidad española de futuros cirujanos, aunque ella traía vocación de casa. «Era un bicho raro, una jovencilla que al principio producía extrañeza», se remonta a sus comienzos como anomalía laboral en un patriarcado quirúrgico que, sin embargo, le dio la oportunidad. Fue de la mano de Manuel Domínguez y de Juan Pedro de Luna, a los que reconoce que supieron valorar su capacidad. Aquella 'niña' recién licenciada de la Complutense había «chupado ya mucho quirófano» después de tres años como interna en la cátedra de cirugía. Le gustó siempre estar junto a los mejores y huye de heroicidades: «Nunca me apunté al victimismo por ser mujer. ¿Dificultades? Todas, pero si tienes las ideas claras...» .

Lleva ahora año y medio jubilada de la sanidad pública, cuatro décadas, de los que siete años ha ejercido como coordinadora de la Unidad de mama del Clínico. Los dos últimos veranos han sido felizmente africanos junto a otros colegas que colaboran como ella con la ONG Aciss, que dirige el cura José Antonio Melgar, de Monda. Les acompañará a Ghana su hija, odontóloga afincada en Reino Unido. Todos se arreglarán con pequeñas maletas para la ropa –«hay que cargar con todo el equipo quirúrgico que podamos»– pero las dificultades para la cirugía de mama allí son de otra clase. «Las mujeres se resisten a revisiones por miedo a sus maridos. Creen que pueden quedarse sin pecho y que ellos las dejaran si se lo terminan perdiendo», se contraría ante el machismo sin antídotos que volverá a ver en la aldea de Apam. La satisfacción de las pacientes que se han puesto en sus manos a lo largo de su carrera–cerca de 4.000– la siente como «el único reconocimiento a su trabajo. Nada de homenajes oficiales ni siquiera palmaditas en la espalda», detalla su salida como cirujana «bastante quemada» de la sanidad pública y no sólo por la crisis, donde el recorte del 30 por ciento le llevó a abrir consulta. Ahora sigue operando en una clínica privada.

«No fui al colegio hasta los diez años, y todo lo aprendí con mi abuelo y la Enciclopedia Álvarez»

Se autodiagnostica «mosca cojonera» y alérgica crónica a los gestores sanitarios. «No entenderé que todo se reduzca a cumplir objetivos a cualquier precio para reducir gastos, cobrar incentivos y estar a bien con los responsables políticos. La gente así acaba quemándose, nunca me pareció el camino», defiende su forma de actuar en equipo «atenta a las listas de espera, pero a mi manera, siempre mirando al enfermo». «No sabía que era una líder, pero ahora me lo dicen. Concha, te echamos de menos», admite el perfil que le adjudican sus excompañeras. «La verdad es que era una Unidad muy cohesionada. Sin que nadie me malinterprete, éramos un equipo divertido, con buen estilo y ánimo para trabajar, sin imposiciones». Desde que se jubiló asegura que el tiempo no no le da para nada, como no lo tuvo para cuidar de su hija, separada desde que era pequeña y ella vivía atada a las guardias de 24 horas. Buscar fondos como directiva de la fundación AIOM, que impulsa en Málaga el equipamiento para la secuenciación de tumores, es otra de sus ocupaciones.

Don Eduardo

El Clínico ha sido su segunda casa después de la de su familia en el barrio de la Victoria, donde se le despertó la vocación a esta niña enfermiza. «No fui al colegio hasta los diez años, y todo lo aprendí con mi abuelo y la enciclopedia Álvarez», resume ese tiempo, donde fue clave el ejemplo de su padre, «Don Eduardo». La primera cirujana en Málaga empezó a asomarse al oficio junto a él, uno de esos practicantes que trasladaban el maletín y el 'don' en moto. Fue su primer maestro: «Con mi babero del colegio de La Goleta ya le decía que me llevara a curar pupas», recuerda al que fue alumno tardío a la fuerza, juventud entre perdedores y sueño truncado de ser médico. «Hacía el bachiller en el Gaona y con 15 años estuvo en la FUE», sitúa su hija aquellas pegadas de carteles que darían con él en un campo de concentración de Francia tras huir de Málaga por consejo del abuelo y enrolarse en el bando republicano. Regresó veinteañero, el peaje de la prisión y al final, empleado por oposición de Renfe por las noches y estudiante de enfermería por las mañanas. Mira atrás y se ve una estudiante «normalita, con mis matrículas de honor y todo, pero a base de mucho trabajo», explica orgullosa de haberlo hecho beca desde los diez años, y también de unos tíos sin hijos en Madrid: «Me fui a su casa porque mi padre no tenía para pagarme la carrera en Granada y gracias a un amigo médico que me certificó una alergia al clima de Málaga».

¿Mi mejor cualidad como cirujana, dice? La de pararme en una operación si llega el caso y no sentir vergüenza por preguntar a otros. En esto, como en todo, hay personas con mucho ego y una simple apendicitis se puede complicar muchísimo. Lo importante nunca puede ser el ego sino el enfermo que tienes delante.

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