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Antes de que las flores de la Plaza de las Flores echaran sus primeros capullos, Andrés Olivares ya vendía joyas en la zona. Toda una vida detrás de un mostrador que ahora toca a su fin. A sus 80 años, Andrés Olivares cree que ha llegado el momento de jubilarse (al menos en parte) y ha cerrado la tienda que tenía en el número 4 del céntrico enclave desde hace 56 años. Con el corazón encogido asegura que les ha llegado una oferta que no pueden rechazar y han decidido bajar la persiana del local. «Al menos no será un negocio de hostelería», se consuela, sino una promotora inmobiliaria.
Este empresario recuerda que el edificio en el que se ubican desde la apertura era la antigua casa familiar y que él decidió emprender y montar una joyería en uno de los dos locales que había a pie de calle tras el cierre de una peluquería de caballeros. Con el paso del tiempo se quedó también con el local de al lado –que pertenecía a su tío y había sido la famosa Cervecería Baviera– para montar otra tienda de regalos. Desde hace 16 años ambas están unidas bajo el nombre de su fundador. «Cuando empezamos fueron momentos muy duros porque la plaza estaba completamente en obras», dice. Además, esa zona era frecuentada por mujeres que se dedicaban a la prostitución y muchas personas no se fiaban de pasar por ahí. «Comenzamos a subir gracias a las ventas a plazos. Había muy poco dinero y había que fiar a los clientes».
Con posterioridad, Andrés Olivares se especializó en la grabación de trofeos y placas, única actividad que seguirán realizando en la primera planta de ese mismo edificio y bajo pedido. Explica que el negocio lo llevará una de sus hijas y que él podrá descansar algo más que si siguieran abiertos a pie de calle. «Claro que me da mucha pena, ¡aquí he pasado toda mi vida!», resume. El responsable del negocio recuerda con cariño diferentes anécdotas relacionadas con el trabajo, aunque sobre todas aquella vez en que tuvieron que grabar 600 placas en tres días. Como con el horario laboral era materialmente imposible llegar a tiempo, decidieron llevarse un colchón a la tienda para trabajar toda la noche y así hacer turnos de trabajo. «El cliente viene a buscar soluciones, no a que le des problemas», se explica. «Si le dices que no se lo haces, se va a ir a otro lado y no volverás a saber de él», añade.
Pese a que la oferta recibida es «tentadora» y asegurar que «hay que renovarse porque llegan nuevos tiempos», Andrés mantiene la espinita clavada de haber cerrado el local. Su hijo, quien se perfilaba como heredero natural del establecimiento, se dedica ahora en cuerpo y alma a la fundación que lleva su nombre y que se dedica a atender a familiares de niños con cáncer, y sus hijas Lara y Mónica han montado Clouté, un negocio online de ropa. «Cada uno tiene sus proyectos, es lógico, pero no por eso no me da pena». A pesar de todo cree que el cierre ha supuesto la mejor decisión porque las ventas están un poco lentas y el comercio tradicional se enfrenta cada vez a más problemas entre las franquicias, el comercio online y la hostelería. «Además, creo que ya me merezco descansar», insiste.
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