Borrar
Luis Ruiz dibujaba desde que era un crío. En la foto, en la terraza del apartamento de Los Boliches cuando tenía 4 años.
Inglés made in Los Boliches

Inglés made in Los Boliches

Luis Ruiz Padrón, arquitecto, dibujante y corresponsal en Málaga del movimiento ‘Urban Sketchers’, mantiene que la Costa del Sol es un fenómeno no lo suficientemente ponderado

José Manuel Alday

Sábado, 13 de agosto 2016, 00:02

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Con apenas 4 años Luis Ruiz Padrón , (Málaga, 1969), ya dibujaba sin parar durante sus largos veraneos en Fuengirola en libretas y cuadernos que su madre guarda ahora como un tesoro. Era el inicio de lo que vendría después. Porque este arquitecto y dibujante retrata hoy en día de forma extraordinaria los diferentes rincones de Málaga y de cuantos lugares visita. Un apasionado defensor del patrimonio de la ciudad, autor de «Málaga. Cuaderno de viaje», un recorrido en el que el artista y corresponsal en Málaga del movimiento Urban Sketchers (amantes del dibujo que realizan bocetos de monumentos, paisajes o escenas callejeras) exhibe algunos de sus retratos urbanos de Málaga. «En el año 1973 comenzamos a veranear en unos apartamentos en Los Boliches. Recuerdo que se trataba de unos veranos interminables, estábamos allí julio y agosto, con mis primos y había tiempo para todo. Disfrutaba de la playa, de la piscina, que era muy kitsch, con forma de guitarra, y también del campo, porque por aquel entonces esos apartamentos eran apenas los únicos edificios existentes en la zona, donde se acababa de inaugurar el paseo marítimo, que entonces se llamaba Príncipe de España».

  • Desde el año 1973 veraneaba en unos apartamentos de Los Boliches donde la mitad de sus ocupantes eran españoles y la otra mitad extranjeros. Una mezcla que le facilitó aprender idiomas y le supuso explorar nuevas culturas y conocer gentes con otras mentalidades y también con otros problemas

«El verano es siempre el recuerdo de los veranos de la adolescencia», ha escrito. «Siendo muy joven empecé a tener contacto con gente de fuera. Aquello era una especie de experimento social apasionante, porque en la urbanización en la que veraneaba, la mitad eran españoles y la otra mitad extranjeros». «Era el momento de los primeros tonteos, del contacto con gentes que tenían otra mentalidad, mucho más abierta que nosotros». Una experiencia que le llevó también a descubrir otras cuestiones, como el conflicto de Irlanda. «En la urbanización había irlandeses de un lado y de otro e ingleses y surgían conversaciones en las que te dabas cuenta de que pasaba algo raro entre ellos y que había que evitar ciertos temas». El contacto con los extranjeros le facilitó el manejo del inglés. «Yo tenía facilidad para los idiomas, pero mi soltura con el inglés la adquirí allí». Y lo debía dominar muy bien, porque dice que le preguntaban donde había aprendido inglés, pensando quizás que hubiera ido a alguna prestigiosa escuela, «y yo les respondía: en Los Boliches».

Luis recuerda aquellas interminables horas muertas, «de tedio y aburrimiento», de la siesta de los mayores, en las que había que hacer tiempo para guardar la digestión y que él dedicaba a la exploración intramuros de la urbanización. «Disfrutaba mucho investigando la fauna de los alrededores de los apartamentos. Lagartijas, escarabajos, mantis religiosa... Así pasaba ese tiempo hasta que luego por la tarde tocaba el baño en la piscina y, ya a última hora, los juegos en el jardín, el pilla-pilla, el escondite, tumbarse en la hierba a buscar estrellas fugaces...Aquello era como el paraíso infantil».

Pero si estancia en aquel paraíso para niños y jóvenes era divertida, el desplazamiento cada verano a Los Boliches desde Málaga no lo era menos. «Íbamos en el coche de mi padre, un Simca 1.200 con el techo de vinilo. Entonces la N-340 era de un solo carril en cada sentido y pasábamos por todas las localidades. Aunque era corto, se trataba de un trayecto fascinante. Recuerdo los hoteles colosales de Torremolinos, con las luces encendidas de todos sus balcones; pasar junto al aeropuerto, con los aviones despegando por encima de la carretera; el Bazar Aladino, el edificio barco de Montemar, en Torremolinos, al borde de la N-340, que estaba pintado de blanco y rojo y mantenía unos mástiles que reforzaban aún más su imagen náutica. Y el trayecto por las curvas de Carvajal, con esos acantilados salvajes donde no había nada y ahora está todo enladrillado. Así hasta que, ya a la altura del hotel Stella Polaris, se divisaba en el paisaje Los Boliches y Fuengirola al fondo». En este punto rememora que en la costa malagueña «había hoteles con nombres muy llamativos: Aloha, Stella Polaris, Mare Nostrum...Una sonoridad que se me ha quedado grabada. Eso, y la arquitectura del relax, con los ojos de buey, las formas redondeadas, como si se tratara de barcos o de aviones, las piscinas arriñonadas, etc». Recuerdos de un hombre observador por naturaleza, que mantiene que la Costa del Sol es un fenómeno que no ha sido lo suficientemente ponderado.

«El hecho fascinante que por aquellos años se producía en la Costa, esa mezcla de gentes de otros países, con mentalidades mucho más abiertas, todo eso jugó un papel fundamental que creo no se ha valorado suficientemente». «Hay quien dice que la democracia hasta cierto punto llegó por lo que recibimos de esas gentes. Porque el contacto con ellos, aparte de la aportación estética que supuso, dejó un poso del que quizás no fuimos conscientes en su momento».

Los veranos de Luis Ruiz Padrón aquellos años terminaban en Tolox, a donde acudía los primeros quince días de septiembre para recibir tratamiento para su asma en el balneario de la localidad. «Aquello era otra cosa distinta a la Costa, aunque también lo pasé bien e hice amigos», reconoce este arquitecto malagueño y retratista urbano que organiza quedadas con dibujantes para retratar la ciudad y su esencia con sus cuadernos de dibujo en mano.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios