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La policía instala barricadas al comienzo del toque de queda EFE
Un asalto que solo sorprendió a la clase política de Washington

Un asalto que solo sorprendió a la clase política de Washington

Hubo una cadena de amenazantes protestas en las capitales de otros Estados donde turbas de manifestantes airados se abrieron paso en los edificios legislativos

caroline conejero

Nueva York

Jueves, 7 de enero 2021, 23:45

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El asalto al Capitolio durante la certificación de la victoria de Joe Biden, no fue una sorpresa para nadie excepto para los inquilinos del edificio. La única desprevenida fue la clase política de Washington que desde hace mucho tiempo vive en una biosfera de privilegio y aislada de la realidad. Una gravísima desconexión que está en la raíz misma del surgimiento de Donald Trump y su elección como presidente. Se trata más bien de la crónica de un asalto anunciado, publicitado y planeado a la vista de todos.

La hueca indignación del Congreso, su determinación a continuar la sesión hasta altas horas de la noche en desafío a Trump, los discursos sobre la sacrosanta Cámara legislativa, la Constitución y el 'excepcionalismo americano' (esto no pasa aquí), en realidad, no impresionaron nada fuera del cinturón capitalino del país.

Lejos de ser un acto aislado, los acontecimientos en Washington se vieron replicados a través de todo el territorio norteamericano en una cadena de amenazantes protestas en las capitales de otros Estados donde turbas de manifestantes airados se abrieron paso en los edificios legislativos, forzando su evacuación. En respuesta a las amenazas violentas, en Utan se ordenó a los empleados del Capitolio estatal abandonar el inmueble. Y en Georgia, la Policía tuvo que escoltar al secretario de Estado Brad Raffensperger a un lugar seguro ante una demostración de milicias ante la sede legislativa de Atlanta.

En el propio Estado de Washington el gobernador Jay Inslee y su esposa tuvieron que ser trasladados de la mansión oficial cuando un gran grupo de 'trumpistas' violó el perímetro. Manifestantes en Salem quemaron la efigie de la gobernadora de Oregón Kate Brown. En Sacramento, a su vez, llos agentes trataban de contener los enfrentamientos entre grupos rivales. Y en Kansas un grupo de manifestantes pro-Trump entraron en el Capitolio en Topeka mientras protestas contra Biden se celebraban en Austin, Texas, Little Rock, Arkansas, y otras ciudades.

Aunque numerosas protestas fueron 'pacíficas' y controladas, muchos de los partidarios del presidente saliente se presentaron también con armas de fuego y escudos antidisturbios. Las movilizaciones resaltan el aumento de confrontaciones violentas que han venido produciéndose en torno a los edificios capitalinos de la mayoría de los Estados en el último año.

Titulares de alarmantes implicaciones se sucedían durante meses. El asalto armado a legislaturas estatales; la trama para secuestrar a la gobernadora demócrata de Michigan, Gretchen Whitmer y su familia el pasado verano, en un presunto complot para derrocar a varios Gobiernos estatales, noticias que eran relegadas a un segundo rango por el duelo de artificio entre el presidente y las élites del Congreso y los medios.

La consigna: 'Estar a la espera'

Pero las señales de alarma emergían. Ataques a afroamericanos, sinagogas, latinos, mujeres, asiáticos, gais y periodistas llenaban los periódicos a diario. La escalada de la retórica violenta en los foros 'online' de grupos de extrema derecha. Cientos de historias en la prensa de informes de Inteligencia sobre el aumento de grupos supremacistas y su infiltración en los cuerpos policiales.

Una trama final que se preparaba en las últimas semanas en los foros de ultraderecha precisamente para el 6 de enero, día del asalto que el mismo Trump anunciaba desde sus cuentas sociales mientras enviaba consignas de 'estar a la espera' y daba información falsa sobre el fraude electoral.

La «sorpresa» de Washington subraya la enorme fractura entre las élites políticas de la capital del país y la realidad de la calle. Un desfase que ha alimentando la indignación de la sociedad contra una clase política investida de privilegio y en concubinato con los intereses especiales de las grandes corporaciones globales. Al final, a poco más de una semana en el cargo, Trump arrastra en su caída todo y a todos. Con él se hunden también sus incondicionales, el Partido Republicano, el control del Senado, la credibilidad de las instituciones que prometió 'limpiar', la clase política y la propia Casa Blanca.

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