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Un polvorín religioso fruto de una guerra civil que desangró el país durante 26 años

Un polvorín religioso fruto de una guerra civil que desangró el país durante 26 años

Ubicada frente a la punta sur del subcontinente indio, la isla de 65.000 km2 tiene 21,4 millones de habitantes, dos terceras partes de los cuales son cingaleses, y sufre más de 30 años de conflicto de los separatistas tamiles

Zigor Aldama

Shanghái

Domingo, 21 de abril 2019, 15:00

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Los militares no quieren que nadie los vea, pero a pocos kilómetros de la localidad de Mullivaikkal todavía se amontonan cientos de vehículos que quedaron reducidos a chatarra en la operación que, el 18 de mayo de 2009, acabó con los rebeldes hinduistas de los Tigres de la Tierra Tamil y puso fin a la guerra civil que desangró Sri Lanka durante veintiséis años. La escultura dorada de un soldado que agita la enseña nacional en una mano y un fusil AK-47 en la otra recuerda la victoria. Pero las heridas están lejos de haber cicatrizado.

El tercio norte del país, que en su día estuvo controlado por los insurgentes, sigue viviendo esporádicos enfrentamientos entre la mayoría tamil -hinduísta- y la minoría cingalesa -budista-, a la que el Gobierno de Colombo extiende la alfombra roja para que se instale en esta parte de la isla. Es la estrategia para equilibrar una balanza étnica en la que el resentimiento es lo que más pesa. «Han desaparecido miles de tamiles. El Gobierno ha arrestado a la mayoría de los reclutas forzosos del LTTE y los ha metido en campos de rehabilitación de los que no salen. A muchos otros les han quitado las tierras para dárselas al Ejército o construir templos budistas», denunció Kumar Sami, tamil, durante el último viaje de este corresponsal a la zona. Incluso Naciones Unidas ha criticado duramente la postura del Ejecutivo de Colombo en esta zona.

Allí, la población cristiana también tiene una presencia importante. «Es evidente que la estrategia del Gobierno incluye diluir la identidad tamil y convertirla en una minoría», añadió el reverendo de Kokkilai, Joy Fernando. «Con ese fin se han robado miles de acres de tierra, que ya están en manos de cingaleses, y se ha llevado a cabo la reordenación de provincias y distritos, que ahora siempre cuentan con algún territorio de mayoría cingalesa para evitar que partidos políticos tamiles cojan fuerza», añadió, convencido de que los cristianos convivían en armonía con el resto de las religiones.

«En justa venganza»

Desafortunadamente, el extremismo islamista se ha convertido en el último ingrediente de un cóctel siempre listo para reventar. Aunque las autoridades del país están haciendo todo lo posible para atajar de raíz el reguero de bulos que sigue al de muertos, hoy no fueron pocos los cingaleses que, «en justa venganza», pedían a través de Twitter -la única red social activa en la antigua Ceilán- atacar a musulmanes. Que la chispa de los atentados prenda la bomba religiosa y étnica de Sri Lanka es precisamente el objetivo de los terroristas, respondían quienes llaman a la calma. «No demos voz a los extremistas. Y no permitamos que se hagan mártires», sentenció el ministro de Defensa, Ruwan Wijewardene.

Consciente del peligro que esta situación conlleva, el Consejo Musulmán de Sri Lanka se apresuró a condenar enérgicamente los atentados a través de un comunicado: «Lloramos la muerte de víctimas inocentes a manos de elementos violentos y extremistas que buscan dividir a la sociedad utilizando la religión y la etnia para imponer su propia agenda. Este es un acto deliberado para provocar el pánico e interferir en la vida pública».

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