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Soldados de Burkina Faso, en el funeral de compañeros muertos en un ataque yihadista. REUTERS
La miseria alimenta el auge yihadista en Burkina Faso

La miseria alimenta el auge yihadista en Burkina Faso

El país sufre una terrible ofensiva terrorista de grupos vinculados a Al-Qaida y el Estado Islámico

gerardo elorriaga

Domingo, 9 de junio 2019, 22:48

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El mensaje yihadista es rotundo. No más lengua occidental ni aprendizajes ajenos a las tradicionales costumbres de la aldea, sólo se estudia el árabe y nada más que el Corán. El primer aviso llega a través de las mezquitas y el segundo se convierte en represalia. Entonces, las columnas motorizadas de guerrilleros irrumpen en el centro del pueblo disparando al aire, allanan las escuelas, secuestran o ejecutan a los profesores en sus aulas y castigan a la comunidad quemando mercados.

No hablamos de los modos de Boko Haram en el torturado noreste de Nigeria, sino de la realidad cotidiana en Burkina Faso, a más de 1.600 kilómetros de distancia. Pero no caben comparaciones, según Hamed Ouattara, el artista más internacional del país y receptor del premio al mejor diseñador africano. «En absoluto», asegura desde Uagadugu, la capital. «No hablamos de un problema similar porque los pueblos no son los mismos ni en el plano cultural ni en el mental. Aquí contamos con una cohesión nacional y patriótica para hacer frente a la división».

LA CRISIS EN CIFRAS

  • La violencia. Desde enero de 2018 se contabilizan 332 incidentes, con un saldo de 376 muertos, según datos de Unicef.

  • Personas sin hogar. Los ataques generaron 136.000 desplazados dentro del propio país y 11.000 refugiados.

  • La enseñanza. Al menos 119.000 alumnos se ven afectados por el cierre de 954 escuelas.

  • Inseguridad alimentaria. Casi un millón de burkinabeses no saben si podrán comer al día siguiente.

La realidad, sin embargo, cuestiona su interpretación. El territorio, que marca la transición entre el Sahel y el golfo de Guinea, sufre una devastadora ofensiva terrorista por parte de grupos vinculados a Al-Qaida y el Estado Islámico que se ha agudizado en los últimos meses. El Gobierno aduce que los milicianos provienen de Níger y Malí, pero Ansarul Islam, uno de los más activos, tiene sus orígenes en las provincias del norte y este. En 2017, el imán local Malam Ibrahim Dicko fundó esta organización, que aplica 'manu militari' una visión rigorista de la fe musulmana y denuncia la situación de privilegio que gozan las familias de los morabitun, los líderes religiosos nativos.

Después de la dictadura

La expansión de los radicales en África Occidental se favorece de la miseria. El 45% de sus 20 millones de habitantes vive bajo el umbral de la pobreza y el desaforado crecimiento demográfico agrava la penuria general. Las diferencias étnicas también complican el escenario. Como sucede en otras áreas de la región subsahariana, las comunidades ganaderas y agrícolas mantienen enquistados conflictos por el control del agua y las tierras. A los peul o fulani, poseedores de rebaños, se les achaca su colaboración con los integristas y esta posición ha dado lugar a enfrentamientos intertribales tras la comisión de algunas razias.

La violencia se ha agravado en los últimos cinco años, desde que Burkina Faso se sacudió la dictadura del presidente Blaise Compaoré. El alzamiento popular acabó con tres décadas de poder opresivo. Lamentablemente, como sucedió en otros países, la caída de un régimen autoritario también se acompañó de la desarticulación del aparato militar y de los servicios de Inteligencia afines al tirano, circunstancias que han favorecido la expansión yihadista. El JNIM, el Frente de Apoyo al Islam y los musulmanes, es una coalición de fuerzas de diversa procedencia que han aprovechado esa debilidad para introducirse en el interior.

La concentración de incidentes en la franja septentrional no puede esconder la vulnerabilidad de todo el país. La desestabilización de este Estado sin salida al mar supone un salto cualitativo dentro de la estrategia africana ya que permite su expansión hacia los países ribereños del golfo de Guinea. La operación llevada cabo por comandos franceses hace quince días pretendía rescatar a dos turistas raptados en un parque forestal del último país y que iban a ser conducidos a Malí, mientras que el salesiano español Antonio César Férnandez fue asesinado cerca de la frontera con Togo.

El perfil social también responde a esa condición mixta, geográfica y socialmente. Aunque la mayoría de su población es musulmana, el 25% profesa la fe cristiana y los radicales han asumido una virulenta campaña contra las iglesias que anticipa la voluntad de emprender una limpieza religiosa. La ruptura de la convivencia, modélica hasta ahora, parece otro de sus fines.

Un misionero español, testigo del aumento de ataques a los cristianos

Cuando el sacerdote español E. J. llegó a Burkina Faso, hace ya casi medio siglo, el país se llamaba Alto Volta, como lo denominaron los colonizadores franceses. Tras radicarse en varias regiones, su último destino fue la ciudad de Arbinda, en el norte, en el Sahel. «Todo estaba en paz», asegura. Pero el año pasado tuvo que marcharse del lugar «por los ataques incesantes de los yihadistas, que hacían la zona muy insegura, sobre todo para un forastero blanco como yo» y aunque permanece dentro de sus fronteras, preserva su identidad y, simplemente, se define como «un refugiado, un misionero con apellido vasco».

El acoso a los cristianos es reciente, comenzó hace unos meses, aunque ya se ha demostrado terrible. El asesinato del joven cura Simeón Ñampá tuvo lugar hace sólo un mes, mientras celebraba la misa. «Cuando aparecieron los terroristas, que habían cercado la iglesia, el abbé Simeón tuvo tiempo de esconder a los monaguillos bajo el altar y él mismo intentó escapar por la sacristía, vestido con su alba, pero le vieron en la puerta y allí cayó herido mortalmente. Antes de marcharse, quemaron los libros de la coral, dispararon al sagrario y prendieron fuego a la ambulancia del dispensario y a dos bares».

El relato no acaba ahí. «Otros cinco hombres que venían de un pueblo con la imagen de la Virgen en un motocarro perdieron la vida en un ataque. Y la imagen, rota. Y el domingo 26 de mayo fueron otros cuatro fieles en una iglesia los que perecieron junto con el catequista».

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