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Jaime Ordóñez, malagueño y exquisito en su atroz papel en ‘El Bar’.
Especialidad de la casa

Especialidad de la casa

Fundado en 1998. Este lema típico de los restaurantes fue quizás lo único que faltó ayer en el estreno del Festival de Málaga.

Juan Francisco Gutiérrez

Sábado, 18 de marzo 2017, 01:16

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Fundado en 1998. Este lema típico de los restaurantes fue quizás lo único que faltó ayer en el estreno del Festival de Málaga. Una cita ya tan habitual como nuestros lugares para el desayuno. Una costumbre para la clientela que no ha cesado de venir desde que Fernán Gómez se tomó aquel año un trago en la plaza del Cervantes. Paradojas del destino, este año ocurre que hemos festejado los primeros veinte del evento con el estreno de un bar, como diciendo.

A la familia del cine español, y suponemos que ahora también a la latinoamericana, el Festival le pone de buen café. No vienen en pijama, vienen de tiros largos pues para eso tienen y les ponemos más de dos luces. Ayer el plato fue casi único: la película de Álex de la Iglesia que se llama El bar, que ilustra con grasa nuestra voracidad patria, homenaje incluido a los camareros, a las dueñas bordes, a los sospechosos habituales. Y que nos retrata tan bien en ese lugar donde nadie conoce a nadie y todos nos reconocemos.

Como entremeses a su pase, el menú previo tuvo de todo, con esa mezcla rollo gazpachuelo que siempre regala la tierra. Entre el público agolpado ante las barras o vallas del Cervantes vimos a bomberos en lucha y a adoradores irlandeses de San Patricio; a muñecos gigantes patrocinando pizzerías y al público hambriento de selfies. Hubo mucha policía local, quizá pidiendo papeles a la terraza VIP de las puertas del teatro. Y no faltó, ah, el plato principal: esa muchachada dándolo todo, que es mucho, ante la alfombra roja. Como suelen, los yogurines gritaron Qué guapo eres a todo manjar fresco, a todo guayabo que bajaba de, o acaso conducía, los coches de invitados al cotarro.

En este bufé libre para el chillerío hubo carta variada donde elegir: desde el vitoreado Mariano Peña (aclamado como Mauricio al baile del tiriri, que no del Tiriri), pasando por la musa Paz Vega o Imanol Arias, hasta llegar a Carmen Machi, Carlos Saura o Raúl Arévalo. Una tarde para los vivas, más que para la ira. Una menestra de estrellas donde ellas lucieron muchos lomos a la espalda descubierta. Y donde también desfilaron el alcalde, el ministro con ganas de repetir albóndigas, imagino, la consejera del ramo, subdelegados varios y hasta Albert Rivera, que se hizo carne recordando la tierra de sus abuelos, que eran de Cútar como los míos. Normal que le chillen, es que está muy bueno, me aclaró una guarnición de maduritas. Pero otro año más el chupito final, antes de la fiesta inicial con sabor a ensaladilla rusa, fue el limoncello brindado por Mario Casas, postre y bramido último del desfile junto al elenco de la película de De la Iglesia. Donde brilla, ah, una especialidad de la casa: el feliz Jaime Ordóñez, malagueño y exquisito en su atroz papel. Así que ya saben: ha quedado inaugurado el ambigú.

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