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El alemán Dominick Koepfer, durante su partido ante el español Pablo Carreño. Juan Ignacio Roncoroni (Efe)
Tokio 2020: Set, partido y cáncer de piel
Tokio 2020

Set, partido y cáncer de piel

Tokio Blues ·

En el tenis hacía un calor como si hubieran puesto a hervir Sevilla, el sol caía a plano sobre mi calva y por un momento vi a los melanomas montando una fiestecita por allí arriba

Pío García

Enviado especial a Tokio

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Miércoles, 28 de julio 2021, 19:14

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Ayer me colé en el tenis. Antes de que me crucifiquen los custodios de la recta moral, deben ustedes conocer el curioso sistema de reparto de entradas que maneja la organización de Tokio 2020. Además de tener la acreditación, hay que reservar previamente plaza por internet. Solo cuando te la aprueban puedes acceder a la sede correspondiente. Pero eso únicamente sirve para los deportes a los que no quiere ir ni dios, como la doma o el hockey, porque para los fetén (atletismo, natación, gimnasia y tenis) hay que solicitar un ticket especial que a lo mejor te lo dan o a lo mejor no.

A nosotros no nos dieron ayer el ticket del tenis, pero jugaban muchos españoles y había que intentar colarse. En estos casos, uno debe poner cara de seguridad y determinación, como si fuese un general a punto de invadir Polonia. Los porteros huelen el miedo enseguida, antes incluso que los perros, y en cuanto ven a alguien dudar empiezan a pedirle papelotes y certificados. Yo entré con paso firme y gesto disciplicente: enseñé la acreditación, metí la mochila en el escáner, le dije 'arigato' a un japonés vestido de militar y hasta nos hicimos sendas reverencias. Con esto de las reverencias hay que tener cuidado porque los japoneses nunca saben cuándo parar, entran en bucle y en un cuello occidental eso puede provocar severos esguinces cervicales.

Una vez dentro, me di cuenta de que casi mejor me hubieran detenido y llevado al cuartelillo. Hacía un calor como si hubieran puesto a hervir Sevilla. El sol caía a plano sobre mi calva y por un momento vi a los melanomas montando una fiestecita por allí arriba, reproduciéndose jovialmente, mientras yo lamentaba no haberme ido a Turquía a ponerme melenas. Empecé a seguir el partido que jugaban Carreño y un tal Koepfer, alemán, tan chorreante que parecía estar licuándose. Encontré la medio sombra de una barandilla y ahí me apalanqué. Aguanté hasta el descanso y salí detrás del alemán, que al parecer tenía un apretón y buscaba el váter, que estaba a cincuenta metros, con cara de angustia. El amigote se pegó todo el trayecto echando escupitajos: a la pista, al suelo, a las vallas..., y a mí me dio por pensar en la extraña costumbre que tienen algunos deportistas profesionales de despachar sus fluidos sin miramientos. Algo les tendrían que decir sus madres, señora Koepfer, si me está leyendo.

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