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Cruce de Vías ·
Supongo que la timidez o la vergüenza le impiden desvelar la identidad y por eso utiliza el anonimato para desahogarseDesde hace un mes estoy recibiendo correos anónimos de alguien que sin duda conozco y en los que cuenta la terrible experiencia por la que ... está pasando. Ignoro si es hombre o mujer, no se identifica, pero dice cosas que delatan su complicidad conmigo. Me refiero a detalles banales o pequeñas manías que solo una persona muy cercana es capaz de vislumbrar. Por ahora no he contestado a ninguno de sus correos, simplemente escucho en silencio. Sea quien sea, está claro que necesita desahogarse y yo he sido el elegido. Probablemente se trata de alguien que se dedica a escribir porque domina el lenguaje de forma maravillosa. Supongo que la timidez o la vergüenza le impiden desvelar la identidad y por eso utiliza el anonimato para desahogarse. En cualquier caso, no acabo de entender su conducta. Lo lógico, si realmente me conoce, sería que llamara por teléfono y quedáramos para vernos. Pero en vez de actuar de manera normal, se obstina en escribir una especie de diario en voz alta, el diario más triste que se puede imaginar. Me pregunto quién es. Escribo listas de nombres en hojas de papel que luego tiro a la basura. De vez en cuando llamo a alguna de las personas sospechosas y quedo para tomar algo. Entonces le hago preguntas que llevo preparadas como si fuera un detective. Me fijo en sus reacciones, su mirada, la expresión de su cara. Por ahora nadie tiene el aspecto de estar sufriendo una depresión. Lo curioso es que sigue comunicándose conmigo como si no hubiera nadie más en el mundo. Me ha enviado correos todos los días excepto el lunes pasado. Unas veces escribe solo una frase, otras dos páginas, depende el momento en el que se encuentre. No desvelaré lo que dice porque en el primer mensaje dejó claro que sus palabras era un secreto de confesión y tenía que quedar entre nosotros. Anoche releí lo que ha escrito hasta ahora y no recuerdo otro relato, ficticio o real, que me haya impactado y sobrecogido tanto como el suyo. Después me acosté y no pude conciliar el sueño. Lo que había leído era tan bello y siniestro a la vez que tenía que ser publicado. Desde que apareció en mi mundo, lo primero que hago todas las mañanas al despertarme es encender el ordenador y leer su correo, lo demás ha dejado de interesarme. Al llegar la noche, permanezco mirando impaciente la bandeja de entrada del correo electrónico hasta que aparece su nombre. He llegado a la conclusión de que no podemos resolver los problemas íntimos de otros. En muchos momentos tengo la tentación de responder a sus lamentos, buscar soluciones, pero si lo hago quizá dejara de escribir y yo perdería la extraña ilusión que me mantiene enganchado delante de la pantalla.
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